UNA HISTORIA DE AMOR
“Hace mucho tiempo se me apareció el Señor y me dijo: ‘Con amor eterno te he amado; por eso te sigo con fidelidad’ ” (Jer. 31:3, NVI).
Nací en un hogar cristiano en 1948. Perdí a mi madre cuando tenía solo siete días de vida. Mi padre se volvió a casar y tuvo dos hijas y dos hijos más. Cuando aprendí a leer, ese se convirtió en mi pasatiempo preferido; aunque mi abuela, cristiana, no estaba de acuerdo con que yo leyera. Así que, leía de noche, en secreto, con la luz de la luna o de una farola cercana. Sin embargo, mi madrastra me animó a estudiar. Llegué a ser maestra. Cuando tenía veinte años, un joven cristiano me escribió, pidiéndome que saliera con él. Yo no respondí a la carta porque pensé que sería prematuro tomar un compromiso más serio en ese momento. En 1986 conocí, y eventualmente me casé, con un caballero viudo. Sin embargo, en 1993 enviudé. Por dos años sufrí mucho por la pérdida de mi esposo. Una hermana de la iglesia me sugirió que recordara los buenos tiempos que habíamos pasado juntos. Su consejo me ayudó. Entonces, en el año 2000, aquel mismo hombre que me había escrito en 1968 me buscó. Compartió conmigo que se había casado con otra joven en 1975 y habían tenido cuatro hijos. Ahora era viudo, y estaba lleno de amor para darme. Nos casamos en 2001, en la granja de sus padres, donde llevamos a cabo las ceremonias civil y religiosa, en plena naturaleza. Resulta interesante que mi nuevo esposo, Ivaldo, había escrito cuatro libros. El primero había sido su autobiografía, titulada Tres amores: un final feliz. Describe primero el amor a Dios, luego el amor que tenemos a nuestro prójimo y, finalmente, el amor a nosotros mismos. Este libro también menciona nuestra breve primera historia y un relato de cómo Dios, milagrosamente, le salvó la vida varias veces. Alabo a Dios por su cuidado, al darme a alguien que me hiciera feliz. Juntos, esperamos la bendita esperanza: el regreso de Jesús. Comenzamos nuestros días con adoración, canciones, oración, y deseándonos un buen día el uno al otro. Juntos hemos ganado, a través del trabajo misionero, a dos familias para Cristo. “Dios no conduce nunca a sus hijos de otra manera que la que ellos elegirían si pudiesen ver el fin desde el principio, y discernir la gloria del propósito que están cumpliendo como colaboradores suyos” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, cap. 22, p. 202).
Neide de Sá Soares