EL ACCIDENTE
“En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, los trajo y los levantó todos los días de la antigüedad” (Isa, 63:9).
Andar en bicicleta es mi forma preferida de ejercitar. Los rayos del sol, el aire fresco y el movimiento se unen en una sinfonía de adoración que me levanta el ánimo y me lleva a la oración. Mi esposo y yo solemos andar en bicicleta juntos. De hecho, él me regaló una bicicleta nueva en 2012.
Sobre ella pedaleé más de 6.500 kilómetros, 1.500 más que el año anterior. Decidí intentar pedalear 1.500 kilómetros más durante los dos meses que quedaban de la temporada de ciclismo. Entonces, sucedió… ¡el accidente! No vi el alambre que sobresalía hasta la calle aquel frío día de diciembre, y choqué contra él, Al caer sobre el pavimento, me golpeé la cadera, la espalda y la cabeza, que afortunadamente estaba protegida por un casco.
La conmoción me ayudó en un primer momento, pero tras una ducha caliente decidí ir al médico, porque no podía mover el pulgar derecho. ¡Y soy profesora de piano! Mientras esperaba en Radiología, la anestesia natural de la conmoción desapareció. Olas de dolor muy intenso me recorrían el cuerpo. Apenas podía moverme por el dolor que sentía en la espalda. Las radiografías revelaron una espalda amoratada, rotura de bursa y una fractura desplazada en los huesos del pulgar, que requería cirugía.
Estuve en cama por meses. La inactividad forzada a causa de mis lesiones fue una gran prueba para mí. Aunque traté de orar y de “contar mis bendiciones”, odiaba sentirme tan indefensa, débil, adolorida… y deprimida. Al mirar atrás, he aprendido que el dolor es un gran maestro. Sus lecciones son inolvidables. Estas son solo algunas de las que me enseñó: Dios no causó el accidente ni me estaba castigando. “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que lo temen” (Sal, 103:13).
Satanás estaba tratando de inmovilizarme, pero la sanidad llegó gracias al descanso que me vi forzada a tomar. “El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir” (Juan 10:10). “En el arrepentimiento y la calma está su salvación, en la serenidad y la confianza está su fuerza” (Isa. 30:15, NVI). Dios estuvo conmigo todo el tiempo. “De todas sus angustias. Él mismo los salvó” (Isa. 63:9, NVI).
Nuevamente estoy sobre mi bicicleta, y agradezco a Dios por cada trayecto. No, no llegué a los 8.000 kilómetros, pero alcancé el objetivo que Cristo tenía para mí: un entusiasmo renovado por sus propósitos en mi vida.
Antomette Franke