Martes 02 de Enero del 2018 – BELUGA – Devoción matutina para la mujer

BELUGA

“¡Fíjate en lo que hace, y adquiere sabiduría!” (Prov. 6: 6).

Nació en nuestro hogar, y recibió su nombre a los pocos segundos de haber nacido.

-Este gatito es todo blanco -exclamó nuestro hijo de cinco años-, excepto por esa mancha negra en su cabeza, que parece un espiráculo. Llamémoslo “Beluga”, ¡Cómo las ballenas blancas!

Beluga vivió con nosotros por casi 16 años. Y aprendí muchas cosas de él. Era tolerante. Su madre murió cuando él y sus compañeros de camada tenían solo cuatro semanas y media de vida. Lo único que ya podían hacer era lamer leche. Sin embargo, uno de sus hermanos extrañaba tanto a su madre que, durante los cuatro meses siguientes, Beluga le permitió que tratara de lactar.

Era sociable. Si estaba buscando ranas al lado del lago y veía que estábamos en familia, disfrutando de las primeras sombras del atardecer, corría a la colina para sentarse con nosotros. Algunas veces, quería su propia silla para poder estar al mismo nivel que mi esposo y yo. También solía esperar en el pasillo hasta que veía que nos íbamos a acostar y, entonces, saltaba sobre la cama y se acomodaba al lado de mis rodillas.

Era feliz; siempre listo para ronronear cuando lo acariciábamos. A menudo, me acompañaba mientras yo corregía trabajos prácticos de mis alumnos; se estiraba, ronroneaba y me empujaba el brazo para que me diera cuenta de su presencia.

Durante su adultez, pesó unos seis kilos, pero en determinado momento, primero lentamente y después con extrema rapidez, comenzó a perder peso. El veterinario nos dijo que Beluga tenía problemas en los riñones y el hígado. Seguiría debilitándose hasta morir. Al poco tiempo, pesaba solo dos kilos. Sin embargo, continuaba siendo sociable. Todavía parecía feliz. Todavía ronroneaba.

Una noche, me di vuelta en la cama y choqué contra Beluga, quien estaba acurrucado al lado de mis rodillas. Medio dormida, le toqué la cabeza a modo de disculpa. No respondió con un ronroneo. ¿Había muerto? Si estuviera vivo, con seguridad habría ronroneado. No quería prender la luz y despertar a mi esposo, así que lo toqué de nuevo. Él abrió sus ojos, acomodó su cabeza entre las patas delanteras y volvió a su sueño interrumpido.

Beluga murió unos meses después, pero no sin antes hacerme reflexionar sobre sus cualidades: flexibilidad, sociabilidad, y la habilidad de demostrar su felicidad y contentamiento.

Si fuera más como mi gato, sería más como Cristo.

DENISE DOCK HERR

Radio Adventista

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