EL TREN A NINGUNA PARTE
“Por tu gran amor guías al pueblo que has rescatado; por tu fuerza los llevas a tu santa morada” (Éxo. 15: 13).
Estábamos en el segundo viaje misionero de Conquistadores (grupo para jóvenes organizado por la Iglesia Adventista) hacia Nueva Orleans, para ayudar en la reconstrucción luego del huracán Katrina. Teníamos dos grandes proyectos para realizar en una semana, además de limpiar el centro de conferencias. Yo era la “mamá” del equipo durante ese viaje. Demasiado pronto eran las 5:45, el último llamado a despertarse. Desayunamos y tuvimos una breve meditación. Juntamos las últimas cosas, limpiamos y cargamos los vehículos. Ahora, hacia el aeropuerto. Volvíamos a casa.
Aquí es donde comenzaron los desafíos. Si hubiese sabido lo que traería el día, me hubiera quedado en la camal Aun así, sabía que mi Padre celestial estaba a cargo de todos los detalles. ¿Por qué me preocupaba tanto?
Sin importar lo que decían nuestros pasajes o lo que hiciéramos, todo el grupo no podría subir al mismo avión. Oramos rápidamente, pidiendo que los líderes supieran qué hacer Decidimos quiénes integrarían cada grupo, ya que una niña pequeña debía usar uno de nuestros asientos para llegar a su casa inmediatamente, o su padre comparecería ante una corte. Nuestro grupo más chico, de siete, permaneció intacto; tomaríamos el siguiente avión. Se les informó del problema a todos los padres y de cómo se iba resolviendo.
Luego de que despegó el primer avión, nos acercamos a la boletería. Allí nos explicaron que si estábamos dispuestos a volar a Houston, Texas, podríamos tomar otro avión hasta Denver. Accedimos, pero al llegar a Houston no había ningún vuelo directo disponible. La única manera de llegar a Denver era pasando por Las Vegas.
Habíamos sido pacientes desde el comienzo, pero ahora el avión tenía problemas mecánicos y ni siquiera confirmaban a qué hora saldría. Entonces, recordé a todos que nuestro Padre estaba al control. A veces, él nos ayuda a presionar nuestras habilidades para que podamos ejercer la fe. Si nunca presionamos el sobre, ¿Cómo sabremos cuánto puede entrar en el paquete? Cada conquistador me miró y me aseguró que podía con esto.
En el aeropuerto hay un trencito que da vueltas por el lugar, a fin de trasladar pasajeros dentro del edificio; pero, básicamente, no va a ninguna parte. Como no había nada que hacer más que esperar varios de nuestro grupo se subieron al tren. No fueron a ninguna parte. Esto me hizo pensar que si no permitimos que nuestro Padre nos guíe, nosotros tampoco iremos a ninguna parte. Este mundo se dirige a ninguna parte. Unámonos al Padre, en el tren que sí va hacia un destino: el cielo.
CATHY KISSNER