“En Dios haremos proezas, y él hollará a nuestros enemigos” (Salmo 60:12).
Y sí. A las victorias hay que recordarlas. Eso no solo fortalece la autoestima de la nación, sino también el orgullo del general vencedor y la permanencia de su apellido en el tiempo. Uno de los monumentos más famosos para conmemorar victorias son los arcos del triunfo. Los primeros arcos de este tipo fueron erigidos por los romanos. Este arco debía ser una estructura autónoma, y alejada de otros monumentos o murallas que lo pudieran opacar.
Sin duda, el arco del triunfo más conocido es el ubicado en París, Francia. Fue construido entre 1806 y 1836 por orden de Napoleón Bonaparte, para conmemorar la victoria en la batalla de Austerlitz.
No obstante, en San Antonio (Texas, Estados Unidos) hay un monumento a la derrota: estamos hablando de El Álamo, un recinto que albergó una antigua misión y que luego fue convertido en una fortaleza. Allí se libró la famosa batalla de El Álamo, un conflicto militar crucial en la Revolución de Texas, que consistió en un asedio de trece días de duración (del 23 de febrero al 6 de marzo de 1836), y que enfrentó al ejército de México contra una milicia de secesionistas texanos. Todos los contendientes en favor de Texas murieron, salvo dos, lo que motivó a colonos texanos y aventureros a rebelarse también. Esto inspiró la miniserie de Walt Disney “Davy Crockett”.
Más tarde, México perdería ese territorio, y hoy El Álamo pertenece a los Estados Unidos. Paradojas de la historia: el lugar que presenció una catastrófica derrota es hoy uno de los sitios turístico más populares del Estado de Texas.
Como cristianos, enfrentamos continuamente los asedios de Satanás. Muchas veces, sin duda, salimos derrotados. Todos tenemos un “El Álamo” que nos arranca lágrimas de dolor y tristes recuerdos. Sin embargo, El Álamo también nos recuerda que las derrotas también deben ser registradas; que las derrotas no duran para siempre y que contienen el germen de la victoria.
Hoy puede ser un día histórico. No importa cuántas veces hayas sido derrotado por la tentación. Desoye las malvadas voces de quienes te dicen que no puedes ser un mejor cristiano; y ayudar, trabajar, predicar y cumplir con tu misión. No escuches tus propios desánimos interiores, que rinden culto al “no se puede”. ¡Sé un vencedor indiscutible!
“Dios nos ayude a mantenernos donde brilla la luz, a obrar con nuestros ojos fijos en Jesús nuestro Caudillo, y a avanzar paciente y perseverantemente hasta ganar la victoria” (Elena de White, El evangelismo, p. 32).