ANA MUJER APACIBLE
Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová. Y adoró allí a Jehová. 1 Samuel 1:27, 28.
Ana aprendió por experiencia que la paz solo sobreviene cuando cesan las hostilidades y se tiene confianza plena en Dios. Cuando se entregó enteramente al Señor y a su voluntad, descubrió que la enemistad de Penina y sus burlas dejaban de herirla. La paz de Dios trajo a su vida un propósito elevado, y con alegría se dispuso a cumplir su promesa a Dios.
Ana se propuso preparar espiritualmente a su hijo recién nacido, Samuel, para que a su debido tiempo pudiera llevarlo al sacerdote Elí a fin de que sirviera al Dios del cielo todos los días de su vida. Con el consentimiento de su esposo Elcana, ella dejó de asistir a las fiestas religiosas en Silo hasta que llegó el momento de llevar al pequeño Samuel y dejarlo allí.
Cuando el pequeño fue destetado y su madre consideró que había recibido instrucción respecto al temor de Dios, esta mujer piadosa llevó a su hijo al templo con una ofrenda de agradecimiento que incluía tres becerros, un efa (111 litros) de harina y una vasija de vino. Se aproximó a Elí para presentárselo y dijo: “¡Oh, señor mío!… Yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti orando a Jehová. Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí” (1 Samuel 1:26, 27).
Elí reconoció la mano de Dios, y fue inspirado por el Espíritu Santo para indicar la aprobación divina de su gratitud y la ofrenda de Ana. Ella no dependía de las circunstancias. Dejó su caso en manos de Dios, y la respuesta vino inmediatamente.
¡Cuán valiosa es la influencia de una madre en Israel, aunque se trate de una esclava, como fue, por ejemplo, el caso de Jocabed la madre de Moisés! Ana comenzó a obrar no solo para un fin temporal, sino para la eternidad. Tenía la responsabilidad de imprimir la imagen divina en un alma humana. Tal fue también el caso de María, la madre de Jesús.
Hoy también, cada mujer tiene en su maternidad una oportunidad de cambiar el mundo, al educar a sus hijos para servir a Dios. Tal es la visión que nuestro Dios quiere implantar en el corazón de toda madre de la iglesia de hoy. –AC