DIOS, GRACIAS POR EL AÑO QUE TERMINA
«Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5: 18).
UN AÑO más que termina. Se cierra el libro hasta que Cristo lo vuelva abrir. Si actuamos bien, quedó registrado, y si hicimos lo malo, no podemos remediarlo. El tiempo no se puede regresar. Cuando Dios abra el libro de nuestra vida ante el tribunal, solamente su misericordia nos librará. Mientras el tiempo transcurre, rindamos gratitud a Dios porque solamente él merece honra y gloria por todos los siglos. Si no hubiera sido por su mano, sus ángeles y su gran misericordia, no hubiéramos llegado al último día del año. Pero Dios ha sido grande con nosotros y nuestra familia.
La gratitud es la memoria del alma, la virtud que caracteriza a los hombres de Dios. Ennoblece el carácter y abre la puerta a la gracia. Sabemos que la mano que se levanta para dar gracias nunca se retira vacía. El que agradece lo pequeño recibe también lo grande. Levántate, ponte de rodillas y dale gracias a Dios porque estás de pie.
Alguien dijo: «En vez de quejarte por las espinas que tienen las rosas, da gracias a Dios por las rosas que están entre las espinas». Cuando el rey David consideró las grandes bendiciones de Dios en su vida y en su reino, haciendo un resumen de lo que Dios había hecho por él, elevó su oración así:
Bendito seas tú, oh Jehová, Dios de Israel nuestro padre, desde el siglo y hasta el siglo. Tuya es oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor, porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos. Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo, en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos. Ahora pues, Dios nuestro, nosotros alabamos y loamos tu gloriosos nombre (1 Crónicas 29: 10-13).
Luego, el salmista eleva su voz en gratitud a Dios:
Te glorificaré, Jehová, porque me has exaltado y no has permitido que mis enemigos se alegren de mí. Jehová, Dios mío, a ti clamé, y me sanaste […]. ¡Cantad a Jehová, vosotros sus santos, y celebrad la memoria de su santidad! […] Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, ¡te alabaré para siempre! (Salmos 30:1-11).
Así como otros han elevado su voz en gratitud a Dios, alza tus manos y tu corazón a Dios.