«Una voz grita en el desierto: “Preparen el camino del Señor; ábranle un camino recto”» (Mat. 3:3).
En el año 1995 llegamos a Los Guido, en Desamparados, con una misión especial. Mi hermano era el nuevo pastor de distrito y deseaba llevar a cabo una exitosa campaña de evangelización en Desamparados, un cantón de la provincia de San José, en Costa Rica. Así que todos los sábados por la tarde, un grupo de miembros de la iglesia nos dirigíamos a esas tierras recubiertas de casitas estratégicamente acomodadas en cada espacio posible, con uno que otro arbolito. Nuestros pies avanzaban sobre tierra amarillenta mientras los perros ladraban y los vecinos se iban poco a poco asomando sigilosamente a las ventanas para saber quiénes éramos los misteriosos caminantes que llevábamos Biblias en las manos y libritos de La fe de Jesús.
Finalmente, mi hermano tuvo el privilegio de ver los resultados del esfuerzo y la labor llevados a cabo allí bajo la dirección del Espíritu Santo, y pudo ver en Los Guido una gran iglesia. ¡Qué privilegio! Muchas personas decidieron bautizarse y fueron rescatados del desierto espiritual en el que vivían. También tú, apreciada lectora, puedes formar parte del hermoso proceso de ayudar a alguien a salir de su desierto gracias a tu testimonio y a tu amor desinteresado. Ciertamente eso es lo que la gente más necesita hoy. Hay demasiada soledad, demasiado sufrimiento, demasiada gente que vive en un desierto particular están esperando una gota de esperanza.
Habrás notado que tú también vives en medio de un desierto. Muy cerca de ti hay mucha gente que vive sin amor, sin amistad, sin una palabra de comprensión, sin alguien que les lleve aliento… Esas personas están necesitadas de alguien que les hable de Dios. Alguien que no tenga miedo a sus desiertos individuales, que no los juzgue, sino que se acerque a ellos con un mensaje de salvación. Eso es ser un oasis en la vida de quien tiene sed. ¿No te gustaría ser ese tipo de persona?
En el libro El evangelismo se anuncia que vendrán «tiempos cuando habrá tantas personas convertidas en un día como las hubo en el día de pentecostés, después de que los discípulos recibieron el Espíritu Santo» (p. 502). No sé si esos tiempos habrán llegado ya, pero sí sé que este es un momento como ningún otro para salir a alcanzar almas para Cristo. No estás sola; Dios está contigo.