PÉRSIDA
A TODOS LOS QUE ESTÁN EN ROMA
A todos los que estáis en Roma, amados de Dios y llamados a ser santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Romanos 1:7 (RV95).
Cuando se vive en una gran ciudad, se tienen experiencias como coincidir en algún sitio o evento con personalidades de la política, el deporte, la cultura o celebridades de la farándula. Da gusto saber que hay cristianos que aprovechan la cercanía de estas personas, no para tomarse un selfie con ellas, sino para compartir la bendita esperanza del evangelio eterno. Por su testimonio personal les muestran que ese vacío o esa necesidad no suplida solo puede ser llenado por la gracia salvadora de aquel que, por amor, murió en la cruz.
Pensando en esto, entiendo por qué algunos cristianos del primer siglo, a riesgo de sus propias vidas, tenían la osadía de trasladar su residencia a Roma, la capital del mundo conocido de entonces. En su Carta a los Romanos, Pablo manda saludos personales a 21 personas, siete de las cuales eran mujeres; incluida la amada Pérsida, que tanto había trabajado en el Señor. Seguramente algunos nacieron en Roma y por algún medio conocieron el evangelio de Cristo. Otros tuvieron que trasladarse a la gran ciudad por negocios o por asuntos familiares. No lo sabemos. La Biblia registra que el evangelio fue predicado a militares y políticos (el procónsul Sergio Paulo, Hechos 13:7), a los familiares de algunos poderosos, a comerciantes, filósofos (Hechos 17:18) y gobernantes (Hechos 28:7). Alguien tuvo compasión por estas personalidades y creyó que también podían ser salvas.
No nos toca a nosotros decidir quién es digno de oír las buenas nuevas y quién no, quién puede ser salvo y quién no. El mandato urgente de Cristo es: “Buscad a los hombres de influencia. Aquellos que pertenecen a las altas esferas de la sociedad han de ser buscados con tierno afecto y consideración fraternal. Loa hombres de negocios, los que se hallan en elevados puestos de confianza, los que poseen grandes facultades inventivas y discernimiento científico, los hombres de genio, los maestros del evangelio cuya atención no ha sido llamada a las verdades especiales para este tiempo: estos deben ser los primeros en escuchar el llamamiento. A ellos se les debe dar la invitación” –Ev, 404. –GM