Pero yo no soy así; llevo una vida intachable; por eso, rescátame y muéstrame tu misericordia. Salmo 26:11.
En el verano de 1347, el rey Eduardo III de Inglaterra tomó la dudad amurallada de Calais y la dejó en manos de Sir Aymery de Pavie, su caballero de mayor confianza.
-¿Será Sir Aymery un hombre íntegro? -le preguntó el rey de Francia a Sir Geoffry- ¿Se dejará sobornar para abrir puertas?
-Sospecho que es un hombre avaro -respondió Sir Geoffry-. Es un caballero lombardo, y bastante pobre.
-¡Entonces, con un poco de oro lo tendremos bien arreglado! -El rey le guiñó el ojo a Sir Geoffry-, Ve lo que puedes hacer.
Después de negociar detenidamente el asunto, Sir Aymery decidió aceptar la suma de 20 mil coronas por entregar a Calais en manos francesas. La noticia del complot, sin embargo, llegó a oídos del rey Eduardo, quien mandó llamar inmediatamente a Sir Aymery.
-Me has traicionado al vender Calais a los franceses -lo increpó el rey-. El castigo por tu crimen es la muerte.
Sir Aymery cayó de rodillas y rogó:
-Noble rey, imploro su misericordia. Todavía no he recibido un céntimo, y puedo anular el trato. ¡Aún no está todo perdido!
-No, no se ha perdido nada. Salvo el honor -el rey miró a su caballero con desprecio-. Mantendrás el compromiso. En el momento de fijar el lugar y la fecha, me lo comunicarás. Bajo esas condiciones, te perdono la vida. -Haré como usted ordene.
El caballero, agradecido, se postró ante el rey. Regresó a Calais e hizo los arreglos con Sir Geoffry para entregar la ciudad el primer día del año nuevo. Cuando Sir Geoffry llegó, encontró a más de mil soldados ingleses esperándolo.
Esa noche, Sir Geoffry perdió 20 mil coronas y el castillo de Calais. Sin embargo, Sir Aymery perdió algo más valioso que el oro o la plata: su integridad. De ahí en adelante, nadie más confiaría en su palabra. La gente sabía que era un hombre que se podía comprar con oro. Había perdido el sentido del honor.
¿De qué manera te sentirías tentado a sacrificar tu integridad?