DIOS ES NUESTRO DEFENSOR
«En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo. Será tiempo de angustia». Daniel 12: 1
CUANDO LLEGUE ese tiempo de angustia, cada caso se habrá decidido, ya no habrá tiempo de gracia ni misericordia para el impenitente. El sello del Dios vivo estará sobre su pueblo. Este pequeño remanente, incapaz de defenderse en el mortífero conflicto con los poderíos de la tierra dirigidos por los ejércitos del dragón, hace de Dios su defensa. Ha sido promulgado por la más alta autoridad terrestre el decreto de que adoren a la bestia y reciban su marca bajo pena de persecución y muerte. ¡Dios ayude entonces a su pueblo! Porque, ¿qué podría hacer sin su ayuda en un conflicto tan terrible?
No se adquieren de un día para otro el valor, la fortaleza, la fe y la confianza en el poder de Dios para salvarnos. Estas virtudes se adquieren por la experiencia de años. Los hijos de Dios sellan su destino por medio de una vida de esfuerzo y de firme adhesión a lo recto. Asediados por innumerables tentaciones, sabían que debían resistir firmemente o ser derrotados. Sentían que tenían una gran obra que hacer, que a cualquier hora podían ser llamados a deponer su armadura; y que si llegaran al fin de su vida sin haber hecho su obra, ello representaría una pérdida eterna. Aceptaron ávidamente la luz del cielo, como la aceptaron de los labios de Jesús los primeros discípulos. Cuando estos cristianos primitivos eran desterrados a las montañas y los desiertos, cuando en las mazmorras se los dejaba morir de hambre, frío y tortura, cuando el martirio parecía la única manera de escapar a su angustia, se regocijaban de que eran tenidos por dignos de sufrir para Cristo, que había sido crucificado en su favor. Su ejemplo será un consuelo y estímulo para el pueblo de Dios que sufrirá un tiempo de angustia como nunca lo hubo.
No todos los que profesan observar el sábado serán sellados. Incluso entre los que enseñan la verdad a otros hay muchos que no recibirán el sello de Dios en sus frentes. Tuvieron la luz de la verdad, conocieron la voluntad de su Maestro, comprendieron todo punto de nuestra fe, pero no hicieron las obras correspondientes. Los que conocieron tan bien la profecía y los tesoros de la sabiduría divina, debieron haber actuado de acuerdo con su fe. Debieron haber mandado a sus familias tras sí, para que por medio de un hogar bien ordenado, pudieran presentar al mundo la influencia de la verdad sobre el corazón humano. […]
En esta vida debemos soportar pruebas de fuego y hacer sacrificios costosos, pero la paz de Cristo es la recompensa.- Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 197-199.