Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, curen a los leprosos y expulsen a los demonios. ¡Den tan gratuitamente como han recibido! Mateo 10:8.

El 2 de diciembre de 1942, un hombre robusto, de baja estatura, vestido con pantalones de trabajo, ennegrecidos por el polvo de grafito, observaba una cancha de squash (juego parecido al tenis, que se juega en una cancha de cuatro paredes) debajo del estadio de la Universidad de Chicago. Allí contemplaba uno de los secretos más grandes de la Segunda Guerra Mundial: la primera pila atómica.

Era sencillamente una pila de piedras negras parecidas a la hulla, aunque en realidad era grafito. La pila, que pesaba seis toneladas, casi llenaba el cuarto. Había trozos de uranio incrustados en algunas de ellas. Tres juegos de varas de control de cadmio sobresalían de lugares estratégicos en las pilas de piedras.

Desde el balcón, en un extremo de la cancha, Enrico Fermi supervisaba la remoción de las varas. Sus ayudantes quitaron la última, lentamente, mientras el científico estudiaba los controles del contador de Geiger y demás aparatos.

-Cuando la vara esté completamente fuera, comenzará la reacción en cadena -aseguró Fermi, que portaba su regla de cálculos en la mano.

Tenía los ojos clavados en los instrumentos y los músculos tensos. -¡Sáquenla!

Un minuto. Tres minutos. Cuatro minutos permaneció inmóvil Fermi, estudiando la instrumentación.

-¡Lo hicimos! -gritó y sonrió ampliamente.

Dejó que continuara la reacción en cadena durante 28 minutos. Cada segundo los neutrones dividían los átomos, los cuales liberaban más neutrones que dividían otros átomos y que liberaban más neutrones. Al fin Fermi dio la orden de volver a insertar las varas, y concluyó así el experimento. Tres años después, su equipo construyó la bomba atómica. El resultado de esa reacción en cadena, acontecimiento ocurrido el 6 de agosto de 1945, fue la trágica aniquilación de más de 60 mil personas y la destrucción total de más de 600 manzanas de una ciudad. ¡Qué poder tan grande se puede desatar con una reacción en cadena!

¿Te gustaría desencadenar una clase distinta de reacciones, que terminaran en una tremenda y maravillosa explosión? Puedes empezarla sonriendo a tu esposa, esposo, hijos o padres. Ellos harán lo mismo con otros en la oficina, en el banco, en la escuela o dondequiera que vayan. Aquellos, a su vez, sonreirán a otras personas con quienes se relacionen, las cuales sonreirán a un vecino. El vecino hará lo propio con sus hijos y así sucesivamente. Aquello, realmente no tiene fin.