«Jesús […] se sentó a la diestra del trono de Dios». Hebreos 12: 2
LA ASCENSIÓN DE CRISTO al cielo fue la señal de que sus seguidores iban a recibir la bendición prometida. Debían esperarla antes de empezar a hacer su obra. Cuando Cristo entró por los portales celestiales, fue entronizado en medio de la adoración de los ángeles. Tan pronto como terminó esta ceremonia, el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos en abundantes raudales, y Cristo fue de veras glorificado con la misma gloria que había tenido con el Padre, desde toda la eternidad. El derramamiento pentecostal era la manifestación terrenal de que el Redentor había iniciado su ministerio celestial. De acuerdo con su promesa, había enviado el Espíritu Santo del cielo a sus seguidores como prueba de que, como sacerdote y rey, había recibido toda autoridad en el cielo y en la tierra, y era el Ungido sobre su pueblo. […]
Durante su vida en la tierra, había sembrado la semilla de la verdad, y la había regado con su sangre. Las conversiones que se produjeron en el día de Pentecostés fueron el resultado de esa siembra, la cosecha de la obra de Cristo, que revelaba el poder de su enseñanza.
Los argumentos de los apóstoles por sí solos, aunque claros y convincentes, no habrían eliminado el prejuicio que había resistido tanta evidencia. Pero el Espíritu Santo hizo penetrar los argumentos en los corazones con poder divino. Las palabras de los apóstoles eran como flechas agudas del Todopoderoso que convencían a los presentes de su terrible culpa por haber rechazado y crucificado al Señor de gloria.
Bajo la instrucción de Cristo, los discípulos habían llegado a sentir su necesidad del Espíritu. Bajo la enseñanza del Espíritu, recibieron la preparación final y salieron a emprender la obra de su vida. Ya no eran ignorantes e incultos. Ya no eran unidades independientes, ni elementos discordantes y antagónicos. Ya no cifraban sus esperanzas en la grandeza mundanal. Eran «unánimes», «de un corazón y un alma» (Hech. 2: 46; 4: 32.) Cristo llenaba sus pensamientos; su objetivo común era el avance de su reino. En mente y carácter habían llegado a ser como su Maestro […].
El día de Pentecostés les trajo la iluminación celestial. Las verdades que no lograron comprender mientras Cristo estuvo con ellos quedaron aclaradas ahora. Con una fe y una seguridad que nunca antes habían conocido, aceptaron las enseñanzas de la Palabra Sagrada.— Los hechos de los apóstoles, cap. 4, pp. 31-36.