TE LLEVARÉ A CASA
“En aquel tiempo yo os traeré; en aquel tiempo os reuniré” (Sof. 3:20).
Un día de octubre, mientras iba a casa, vi a un perro grande que entraba y salía de la carretera. Era tarde, estaba oscuro y llovía. Lo van a atropellar, pensé. Iba arrastrando una cadena. ¿Paro o no? Es un perro grande, que me puede morder, y está mojado. ¿Cómo lograré que entre al auto? Estaba debatiendo esto mientras pasaba justo al lado de él. Me sentí culpable todo el camino. Para dejar de sentirme mal, dije en voz alta: “¡Está bien, Señor, el siguiente perro que pongas en mi camino lo voy a llevar en el auto!”
No es de extrañar lo que Dios hizo luego. Dos semanas más tarde, mientras conducía a casa, vi a otro perro grande. Estaba corriendo hacia cada auto que pasaba. Me detuve en medio de la carretera y me asomé a verlo. Tenía ojos suplicantes, como si quisiera decirme: “¿Hay alguien que me lleve a mi casa?” Salí de mi auto, le abrí la puerta de atrás y le dije: “Entra”. Sorprendentemente, entró.
Imagina un perro mojado en unos asientos de cuero. Lo llevé a nuestro patio trasero. Al instante empezó a correr en círculos, como si estuviera buscando a alguien. Sabiendo que estaba seguro, fui a buscar comida, agua, y una silla. Él comió y bebió como si se estuviera muriendo de hambre. Después me senté, y puse mis brazos alrededor de él, tratando de calmarlo. Le hablé suavemente: “Dios sabe dónde está tu casa. Tus dueños probablemente están orando por ti en este momento. Dios te va a llevar donde perteneces”. Llamé a varios amigos para que oraran por el perro. Encontré la dirección de un refugio y lo puse de nuevo en el auto. A medida que viajaba en el asiento de atrás (esta vez, sobre una toalla), no dejaba de recordarle una y otra vez: “Dios sabe dónde está tu familia y vendrán por ti”. Tres días más tarde, me llamaron del refugio y me dijeron, emocionados: “El nombre del perro es Júnior, y su familia vino al día siguiente por él. De hecho, ellos venían aquí todos los días”.
Al igual que Júnior, nosotras hemos escapado de “casa” -nuestro caminar con Dios- para ir donde queríamos ir y hacer lo que queríamos hacer. Sin embargo, cuando confesamos nuestra condición perdida, él está ahí, a nuestro lado (donde siempre está, intercediendo por nosotras y velando por nuestro cambio de corazón; y dispuesto siempre a llevarnos de nuevo a nuestra casa con él.
Diane Pestes