VICTORIA
Y dijo Sansón: Muera yo con los filisteos… Y los que mató al morir fueron muchos más que los que había matado durante su vida. Jueces 16:30.
Sansón perdió la batalla del amor y la de las armas.
Para asegurarse de que el campeón hebreo no sería más una amenaza, los filisteos le sacaron los ojos. Así, el que prendado de una filistea dijo a sus padres contrariados: “Esta agradó a mis ojos” (Juec. 14:3, RVA), nunca más vio a las mujeres que codiciaba.
Sus enemigos le dieron el trato de una mula: lo pusieron a mover la rueda del molino. De todas partes venían los filisteos a mirar al “hombre más fuerte del mundo”. Al final de la jornada, un niño lo guiaba hasta el calabozo.
El tiempo pasaba y el cabello le iba creciendo. Cierto día, cuando celebraban las fiestas patronales y el salón estaba lleno de adoradores de Dagón, el dios pez, los filisteos mandaron traer al campeón de Yahvé para mofarse de ambos. Lo ubicaron en un lugar donde todos podían verlo. Los insultos y las risas se sucedían. Los borrachos y las prostitutas sagradas, los príncipes y los jueces, los ancianos y los niños, todos escarnecían al pobre ciego.
Conteniendo la furia que lo consumía, Sansón le pidió al jovencito que lo guiaba que lo llevara a un lugar donde había dos columnas, pues estaba cansado. El joven obedeció y lo ubicó entre las columnas que sostenían el magnífico edificio, y se apartó discretamente.
Entonces Sansón pronunció la oración más sincera y agonizante de su vida. Le rogó a su Dios que por última vez le devolviera su fuerza, para vengarse de sus enemigos. De pronto sobrevino un ligero temblor. Los borrachos creyeron que era la embriaguez, pero era Sansón que acomodaba sus manos entre las columnas. Luego sobrevino algo semejante a un terremoto, y la gente comenzó a caer de las gradas junto con las piedras del salón. Gritando: “Muera yo con los filisteos”, peleó y ganó Sansón su última batalla.
Sansón ganó su última victoria, no la de la guerra armada sino la del quebrantamiento. El joven que vivió en permanente forcejeo con el Espíritu de Dios se había rendido, y Dios le contestó su última oración, aunque haya sido la oración de un kamikaze.