UNA EXPRESIÓN DE AGRADECIMIENTO
«Entonces bendijo Dios el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación». Génesis 2: 3
DESPUÉS DE DESCANSAR el sábado, Dios lo santificó; es decir, lo escogió y apartó como día de reposo para el ser humano. Siguiendo el ejemplo del Creador, el ser humano había de reposar durante este sagrado día para que, mientras contemplara los cielos y la tierra, y reflexionara sobre la grandiosa obra de la creación de Dios; y para que, mientras mirara las evidencias de la sabiduría y bondad de Dios, su corazón se llenara de amor y reverencia hacia su Creador.
Al bendecir el sábado en el Edén, Dios estableció un recordativo de su obra creadora. El sábado fue confiado y entregado a Adán, padre y representante de toda la familia humana. Su observancia había de ser un acto de reconocimiento y gratitud de parte de todos los que habitaran la tierra, de que Dios era su Creador y su legítimo soberano, de que ellos eran la obra de sus manos y los súbditos de su autoridad. De esa manera, la institución del sábado era enteramente conmemorativa, y fue dada para toda la humanidad. No había nada en ella que fuera sombrío o que limitara su observancia a un solo pueblo.
Dios vio que el sábado era esencial para la humanidad, aun en el paraíso. Necesitaban dejar a un lado sus propios intereses y actividades durante un día de cada siete para poder contemplar más de lleno las obras de Dios y meditar en su poder y bondad. Necesitamos el sábado para que nos recuerde más vivamente la existencia de Dios, y para que despierte nuestra gratitud hacia él, pues todo lo que disfrutamos y poseemos procede de la mano bondadosa del Creador.
Dios quiere que el sábado dirija nuestra mente hacia la creación. La naturaleza habla a nuestros sentidos, declarándonos que hay un Dios viviente, Creador y supremo Soberano del universo. «Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día y una noche a otra noche declara sabiduría» (Sal. 19: 1-2). La belleza que cubre la tierra es una demostración del amor de Dios. La podemos contemplar en las colinas eternas, en los árboles frondosos, en los capullos que se abren y en las delicadas flores. Todo esto nos hablan de Dios. El sábado, señalando siempre hacia el que lo creó todo, nos manda a abrir el gran libro de la naturaleza y estudiar allí la sabiduría, el poder y el amor del Creador. Patriarcas y profetas, cap. 2, p. 27.