“El Señor te cuidará en el hogar y en el camino, desde ahora y para siempre” (Sal. 121:8, NVI).
EI domingo 16 de octubre de 2011 era un típico día soleado caribeño. Mi esposo, director de la escuela adventista St. Thomas/St. John, salió de casa como a las siete de la mañana para ayudar a los estudiantes del último año a instalar unas carpas para vender comida. El trayecto desde casa hasta la escuela suele durar unos seis minutos.
Cuando mi esposo salió, yo me puse a hacer tareas típicas de domingo. Unos ocho minutos después, sonó el teléfono. Era un compañero de trabajo, que me avisaba que mi esposo había tenido un accidente. Una camioneta había chocado desde atrás nuestro Corolla del año 2000. Me dijo que pasaría a buscarme, pues una ambulancia llevaría a mi esposo al hospital.
Mi corazón latía rápidamente, mientras me cambiaba de ropa y esperaba a que me pasaran a buscar. Cuando llegué a la escena del accidente, vi que la parte trasera de nuestro auto estaba muy dañada. La ambulancia había llegado y estaban atando a mi esposo a la camilla, antes de levantarlo hasta la ambulancia. Lo acompañé al hospital.
He estado varias veces en la sala de Emergencias, pero cada experiencia es diferente. Mi esposo tenía que quedarse en cama y ser atendido. Le efectuaron varios estudios, y los médicos le dieron medicina para el dolor y para ayudarlo a relajarse. Con la ayuda de Dios, los efectos del accidente no fueron tan malos como podrían haber sido. Mi esposo no experimentó la intensidad normal de dolor que se esperaría ante un traumatismo cervical. Volvió a trabajar el martes, como si nada hubiera pasado.
La compañía aseguradora quería dar el auto por perdido, pero nosotros no queríamos hacerlo porque estaba en muy buenas condiciones antes del accidente y se podía reparar. Hablando con nuestro mecánico, sugirió que pidiéramos a la aseguradora quedarnos con el auto; finalmente, nos permitieron hacerlo. Lo arreglamos y continúa proporcionándonos un buen servicio.
Esta experiencia sirvió para recordarnos que servimos a un Dios compasivo, que está interesado en todos los aspectos de nuestra vida. Él nos hizo y nos sostiene. Este accidente nos recuerda que podemos confiar en Dios frente a toda situación; él ha prometido cuidar de nosotras.
Janice Fíeming-Williams