“Si, te humilló permitiendo que pasaras hambre y luego alimentándote con maná, un alimento que ni tú ni tus antepasados conocían hasta ese momento. Lo hizo para enseñarte que la gente no vive solo de pan, sino que vivimos de cada palabra que sale de la boca del Señor” (Deut. 8:3, NTV).
El pueblo de Israel anduvo cuarenta años por el desierto. Aunque Dios es omnipotente, permitió que sintieran hambre un tiempo antes de darles maná. ¿Por qué? Porque el hambre, a veces, nos hace bien. Nos anula la anestesia, nos despabila. Bien encauzada, el hambre nos lleva a depender de Dios. Considere la historia de Jacob y Esaú (Gén. 25:27-34). Un día, Esaú volvió cansado y hambriento del campo, y vio que su hermano había preparado un guiso de lentejas. Con tal de no esperar, de no soportar el dolor del hambre, Esaú vendió su primogenitura y empeñó así su futuro. Pero ¿te preguntaste alguna vez qué habría sucedido si Esaú hubiera permitido que el hambre lo humillara, obligándolo a depender de Dios?
muchas veces no esperamos lo suficiente como para recibir maná. Acallamos el hambre con comida chatarra, arruinando nuestro apetito. Sin embargo, para aprender a vivir por toda palabra que sale de la boca de Dios, debemos estar dispuestos a soportar el hambre. Jesús lo hizo. Después de ayunar por cuarenta días, Jesús sintió hambre (Mat. 4:1-11). Teniendo el poder creador al alcance de la mano, Jesús se sometió al hambre de la obediencia, confiando plenamente en el Padre y en su Palabra. Cuando finalmente Satanás se apartó de él, Jesús fue servido por ángeles y recibió pan del cielo.
De a poco, estoy aprendiendo que lo peor que puedo hacer es menospreciar el rol del hambre y llenar mi estomago con golosinas. Cuando me pregunto si Dios será lo suficientemente bueno como para satisfacerme -cuando como el plato de lentejas-, me pierdo del maná; cambio oro por baratijas. En Hambre de Dios, el evangelista John Piper reflexiona: “Si no sientes grandes ansias de ver la gloria de Dios manifestada, no es porque hayas bebido lo suficiente y estés satisfecho. Es porque ha estado picoteando por largo tiempo en la mesa del mundo. Tu alma está llena de pequeñas cosas, y no hay lugar para las grandes”. Tener hambre es una extraña bendición: me permite comprobar que Dios puede alimentarme con más que pan.
Señor, no me gusta sentir hambre de ningún tipo: físico, espiritual, sexual o emocional. No es una sensacion comoda o agradable. Sin embargo, si tú permites que pase un poco de hambre, te pido que me des humildad para sobrellevarla. Tú eres el Pan de Vida y puedes satisfacer mi alma.