TALLOS
“Con mi ejemplo les he mostrado que es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: Hay más dicha en dar que en recibir’” (Hech. 20: 35).
Hay un pequeño jardín de flores muy especial, que está grabado en mi corazón. Así como los tenaces tallos de sus brillantes campanillas azules, Mamá Bird me alcanzó y me levantó en un momento precario de mi desarrollo físico y espiritual. Su jardín estaba alojado en la arcilla roja de Colorado. Cuando llegaba la mitad del verano, la rueda rota de vagón en la entrada estaba casi escondida bajo un espectáculo de gloria azul.
La vida de Mamá Bird no era poco complicada pero, así como sus campanillas, parecía ganar fuerza al extenderse hacia otros. Quienes vivimos en su hogar para estudiantes logramos un nivel más alto de sabiduría espiritual, académica y médica, gracias a su influencia.
Cuando estuve confinada en el sanatorio con una fiebre alta, fue Mamá Bird quien me aplicó o supervisó mis tratamientos de hidroterapia dos veces al día durante una semana, encaminándome así en una vía de sanidad de la debilidad pulmonar crónica que había sufrido desde mi nacimiento. Estuvo allí para dar me apoyo nutricional y espiritual, mientras yo ganaba fuerzas para volver a mis labores habituales.
El turno noche en el que Mamá Bird trabajaba como enfermera en el sanatorio complicaba, a veces, sus horarios regulares de comidas, pero nunca afectó su espíritu de devoción por sus “hijos”. Y los esfuerzos de Mamá Bird no estaban confinados a los Estados Unidos; cruzaban el océano. Montañas de ropa que sus manos limpiaban y remendaban eran enviadas al África.
En la última carta que me mandó Mamá Bird, adjuntó una foto reciente, sonriendo como siempre, y una pequeña tarjeta que decía: “¡Anímate! ¡Habla de la fe! ¡Habla de la esperanza!” Y me dijo cuánto apreciaba las historias que le enviaba sobre las lecciones espirituales que estaba aprendiendo en mi invernadero. Aunque ella ya no trabaja como enfermera, todavía prepara verduras frescas para los huéspedes. “¡Todavía hago ensaladas para todos! ¡Alabo a mi Amigo celestial por la buena salud! ¡Nada de dolor!”
Ya no habrá más quebrantamientos que esconder en el más allá, como representaba la rueda de vagón rota de Mamá Bird. Cuando pienso en el cielo, no puedo evitar imaginarme una planta de campanillas azules trepando por una columna blanca majestuosa, en cierta mansión en particular, subiendo siempre hacia la Luz.
LINDA FRANKLIN