«Con sabiduría se edifica la casa, con prudencia se afirma y con ciencia se llenan las cámaras de todo bien preciado y agradable». (Proverbios 24: 3-4, RV95)
Influenciadas por un discurso que parece ser feminista pero que en realidad es otra cosa, muchas mujeres llegan a despreciar oa poner en segundo plano el cuidado del hogar. Alguien las ha convencido de que la atención de su propia familia y de los quehaceres domésticos es algo sin valor, que no requiere ninguna preparación intelectual y que no tiene ninguna relevancia social. Las mujeres que así piensan no son capaces de ver que la madre es la primera educadora de los hijos, pues es la que forma sembrando valores y buenas costumbres; esto, sin duda, requiere preparación intelectual y tiene gran relevancia social.
Es la madre la que convierte, con sus cualidades naturales y también con las que ha sabido desarrollar a lo largo de los años, una casa fría en un hogar donde sus miembros se refugian de la impersonalidad de una sociedad que carece de empatía. Quizá el trabajo del hogar sea poco recompensado y pase desapercibido para muchos días tras día; sin embargo, para Dios es de un valor inmenso. Fíjate en esta cita del Elena G. de White: «Todas las tareas que cumplimos y que son necesarias, ya sea lavar los platos, servir la mesa, atender a los enfermos, cocinar o lavar, son de importancia moral […] . Las tareas humildes que se nos presentan tienen que ser hechas por alguien; y los que las realizan deben sentir que están haciendo un trabajo necesario y honorable, y que, al cumplir su misión, por humilde que sea, Realiza la obra de Dios tan ciertamente como Gabriel cuando era enviado a los profetas. Todos se desempeñan en su orden y en sus respectivas esferas. La mujer en su hogar, al hacer los sencillos deberes de la vida que tienen que ser realizados, puede y debe manifestar fidelidad, obediencia y amor tan sinceros como los que manifiestan los ángeles en su esfera. La conformidad con la voluntad de Dios hace que sea honorable cualquier trabajo que deba ser hecho »(El hogar cristiano, cap. 2, p. 23-24).
Si tu centro de trabajo es el hogar, ten la certeza de que es un encargo sagrado, que solo puede ser realizado por alguien que se prepara cada día. Esa persona eres tú. Agradece por tu familia, pues es un regalo de Dios. Cooperas con el Señor cuando realizas el trabajo doméstico con diligencia, alegría y responsabilidad.