Lunes 09 de Octubre del 2017 – CAMINOS MISTERIOSOS – Devoción matutina para la mujer

CAMINOS MISTERIOSOS

“Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas” (Prov. 3:5, 6, NVI).

-¡Adiós! -dije a mis dos amigos, mientras caminaba hacia atrás y saludaba. Me di vuelta rápidamente, y me encaminé hacia la escalera mecánica que me llevaría a Seguridad. Finalmente, estaba volviendo a casa, luego de un año de entrenamiento médico misionero en Honduras. Estaba ansiosa por comenzar el viaje. Pero al pasar por el primer puesto de control, una guardia de seguridad tomó mi pasaporte y mi residencia. -Cuántos años tienes? -Veinte -respondí confiadamente. -Lo siento, pero eres menor de edad. No puedes salir del país sin una estampilla que estipule que tus padres te dieron permiso -respondió, con una mirada orgullosa. -Señora, estoy volviendo a mi propio país -traté de explicar; pero ella no cedía ni me dejaba pasar sin esa estampilla. -Tienes que volver a la planta baja y hablar con Inmigración. Me di vuelta, bajé las escaleras, encontré a mis dos amigos y les expliqué la difícil situación en que me encontraba. Luego, los seguí hasta Inmigración. -No puedes irte hasta que veamos los documentos con las firmas de tus padres Esas palabras me golpearon como una piedra. ¿Qué podía hacer? Nuevamente luché por explicar: -Estoy volviendo a mi país y a mis padres. El oficial me interrumpió: -Tienes una residencia de aquí; eres menor de edad y debes seguir las reglas de Honduras. Dejé caer mi mochila, vencida. No sabía qué hacer. Entonces se me cruzó un pensamiento: Mis padres terrenales no están aquí, pero tengo un amante Padre celestial que siempre me cuida. Con esperanza en el corazón, elevé una plegaria silenciosa: “Señor, estoy en una situación difícil. No puedo perder este vuelo. ¡Ayúdame, por favor!” Justo entonces, el oficial salió, diciendo algo sobre hablar con su superior. Mis amigos y yo esperamos. Al volver, el oficial no se veía feliz. Mantuve el aliento mientras él tomaba mi pasaporte, lo abría y ponía un sello que me permitía salir del país. Sin embargo, no lo hizo sin dejar claro que la próxima vez más me valía tener el permiso de mis padres. Agradeciéndole nuevamente, tomé mi pasaporte y volví a despedirme de mis amigos. No importa lo que suceda en nuestras vidas, si se lo permitimos, el Señor actuará. Confía.

Haleigh Van Allen

Radio Adventista

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