PICADURA MORTAL
“Y Jehová dijo a Moisés: Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre una asta, y cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá” (Números 21:8).
El calor era intenso. Era una tarde de verano; más precisamente, la del 24 de diciembre. En el patio de mi casa, mi familia se dedicaba de lleno a los preparativos de la cena navideña. Entre una cosa y otra, nadie notó la heroica acción que estaba por emprender. Sin saber cómo, una incontable cantidad de abejas se había instalado en el limonero que teníamos en el fondo del patio. El sonido del zumbido de miles de abejas era casi insoportable. Si se quedaban hasta la noche, no sería, justamente, una “noche de paz”.
Tenía puesta una musculosa. El calor era intenso. Con mis doce años, estaba decidido a colaborar con mi familia y, sin que me lo pidieran, hacer que las abejas buscaran otro lugar para pasar la Navidad. En mi mente, me vestí de superhéroe. Desenrollé la manguera y, sintiéndome casi todopoderoso, ataqué con un fuerte chorro de agua el núcleo del enjambre de abejas.
Creo que puedes imaginarte el resultado. Cuarenta minutos más tarde, estaba en la sala de guardia de un hospital, con el brazo derecho hinchado por las picaduras. Si quieres, toma este consejo: ¡Nunca ataques a las abejas en camiseta de tirantes!
Las picaduras son terribles; y algunas, hasta pueden ser mortales. Hoy es el Día de la Lucha Contra el Paludismo (malaria) en las Américas. El paludismo es causado por un parásito que se transmite a través de la picadura de mosquitos infectados. En el organismo humano, los parásitos se multiplican en el hígado y después infectan los glóbulos rojos, “invertir en el futuro es derrotar la malaria”, reza el eslogan de promoción de este día.
Nosotros fuimos infectados por el virus del pecado. Es más peligroso que la malaria y más fuerte que la picadura de una abeja. No puedes resistir la tentación solo; no puedes vencer al enemigo “en musculosa”. Recurre a Jesús. Mira la cruz. Hay paz, hay perdón, hay consuelo, “Invertir en Jesús es derrotar el pecado”.
“El pueblo sabía muy bien que en sí misma la serpiente no tenía poder para ayudarlo. Era un símbolo de Cristo […]. Debían dirigir su mente al Salvador. Ya sea para la curación de sus heridas o para el perdón de sus pecados, no podían hacer nada por sí mismos, sino manifestar su fe en el don de Dios. Habían de mirar, y vivir” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 146).