EL VERDADERO GOZO
«En tu presencia hay plenitud de gozo». Salmo 16: 11
AMEMOS A LOS DEMÁS antes de exigir que nos amen. Cultivemos lo más noble que haya en nosotros y seamos prestos en reconocer las buenas cualidades de los demás. El saberse apreciado es un admirable estímulo y motivo de satisfacción. La empatía y el respeto alientan el esfuerzo por alcanzar la excelencia, y el amor aumenta al estimular la persecución de fines cada vez más nobles.
Ni el esposo ni la esposa deben fundir su individualidad en la de su cónyuge. Cada cual tiene su relación personal con Dios. Cada uno ha de preguntarle: «¿Qué es bueno? ¿Qué es malo? ¿Cómo cumpliré mejor el propósito de la vida?». Fluya el caudal del cariño de cada uno hacia Aquel que dio su vida por ellos. Considérese a Cristo el primero, el último y el mejor en todo. En la medida en que su amor a Cristo se profundice y fortalezca, se purificará y fortalecerá su amor mutuo. […]
Ni el marido ni la mujer deben pensar en ejercer gobierno arbitrario uno sobre otro. No intenten imponer sus deseos uno a otro. No pueden hacer esto y conservar el amor mutuo. Sean bondadosos, pacientes, indulgentes, considerados y corteses. Mediante la gracia de Dios pueden hacerse felices el uno al otro, tal como lo prometieron al casarse.
Tengan presente, sin embargo, que la felicidad no se encuentra en retraerse de los demás conformándose con prodigarse todo el cariño del que son capaces. Aprovechen toda oportunidad que se les presente para contribuir a labrar la felicidad de los que los rodean. Recuerden que el gozo verdadero solo se encuentra en servir desinteresadamente.
La indulgencia y la abnegación caracterizan las palabras y los actos de los que viven la vida nueva en Cristo. Al esforzarse por vivir la vida que Cristo vivió, al procurar dominar el yo y el egoísmo, así como al atender a las necesidades de los demás, ganarán una victoria tras otra. Su influencia será entonces una bendición para el mundo.
Todos pueden alcanzar el ideal que Dios les señala si aceptan la ayuda de Cristo. Lo que la sabiduría humana no puede lograr, la gracia de Dios lo hará en quienes se entregan a él con amor y confianza. Su providencia puede unir los corazones con lazos de origen celestial. El amor no será tan solo un intercambio de palabras dulces y aduladoras. […] Los corazones quedarán unidos por los resplandecientes lazos de un amor perdurable.- El ministerio de curación, cap. 29, pp. 248-249.