ADIÓS A LA EDAD ANTIGUA
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:5-7).
Si hubo un día histórico, sin duda fue el 4 de septiembre del año 476 d. C. En esa jornada, cae el Imperio Romano de Occidente, y se determina el fin de la Edad Antigua y el comienzo de la Edad Media. Odoacro, jefe de la tribu germánica de los hérulos, hace que el emperador abdique y asume el trono de Roma.
El último emperador romano de Occidente se llamó Rómulo Augusto. Es decir, llevaba el nombre del fundador y primer rey de Roma (Rómulo) y del primer emperador (Augusto). Paradojas de la historia.
Por su parte, el Imperio Romano de Oriente cae en 1453. Como Odoacro reclamó solamente el trono de Italia, no mostró interés en el rango imperial y envió las insignias del poder a Constantinopla, por lo cual se cree que reconoció allí la residencia del único emperador. Este episodio sirvió a los emperadores de Bizancio como justificación jurídica para considerarse legítimos Soberanos del Imperio Romano.
Un rey que deja su trono y otro que no quiere asumir el gobierno de todo el Imperio. ¡Vaivenes de la historia!
Sin embargo, el versículo de hoy nos habla de un Rey que abdicó para salvar a su amado pueblo. Se trata de Jesús, el Hijo de Dios y Soberano del universo. Abdicar significa renunciar a un cargo honorífico o de autoridad. Es renunciar a derechos y ventajas. Esto es, justamente, lo que hizo Jesús al venir a este mundo y morir por nosotros. “Un hombre convertido en hormiga para solucionarle los problemas de subsistencia al hormiguero es la mejor idea que tengo de la redención”, escribió alguien cierta vez.
Hoy puede ser un día histórico si tú también abdicas de ciertos hábitos, cosas, relaciones o personas que te alejan de Dios y de su amor.
“Pensad cuánto le costó a Cristo dejar los atrios celestiales y ocupar su puesto a la cabeza de la humanidad ¿Por qué hizo eso? Porque era el único que podía redimir la raza caída. No había un ser humano en el mundo que estuviera sin pecado. El Hijo de Dios descendió de su trono celestial, depuso su manto real y corona regia, y revistió su divinidad con humanidad. Vino a morir por nosotros, a yacer en la tumba como deben hacerlo los seres humanos y a ser resucitado para nuestra justificación” (Elena de White, En los lugares celestiales, p. 15).