Domingo 19 de junio – La leyenda de Samarra. Matinal adultos
«Le dijo Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?”». Juan 11: 25, 26
CUENTA LA LEYENDA QUE, en las calles de Bagdad, un comerciante envió a su siervo al mercado. Pero el hombre volvió pronto, pálido y temblando. «Oh, amo», dijo, «en el mercado fui empujado por una mujer, y cuando me volví vi que era la Muerte. Me miró y me hizo un gesto amenazante. Por favor, amo, présteme un caballo. Huiré a Samarra. ¡La Muerte no me encontrará allí!».
Más tarde, el comerciante fue al mercado, donde vio a la Muerte entre el gentío. Él preguntó: «¿Por qué asustaste a mi siervo esta mañana con ese gesto amenazante?».
La Muerte respondió: «No fue un gesto amenazante; fue un sobresalto de sorpresa. Me asombró verlo aquí en Bagdad, porque tengo una cita con él esta noche en Samarra».
¿Tienes miedo de la muerte, miedo de ese momento inevitable e insoslayable en que tú y ella se encontrarán? Alan Seeger, que falleció en la Primera Guerra Mundial con 28 años de edad, escribió las famosas líneas: «Tengo una cita con la muerte en alguna barricada objeto de disputa cuando vuelva la primavera con su sombra susurrante y las flores de los manzanos inunden el aire con su fragancia». Todos tenemos esa cita, ¿verdad?
Hasta los amigos de Jesús enfermaban y morían. Le pasó a Lázaro. Y, asombrosamente, Cristo aguardó cuatro días antes de acudir junto a Marta y María. Jesús informó a su conjunto de seguidores: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy a despertarlo» (Juan 11: 11). Contestaron unánimemente: «Señor, que descanse». «Entonces Jesús les dijo claramente: “Lázaro ha muerto”» (vers. 14).
Verás, para el Dador de la vida, la muerte no es más que un sueño del que podemos ser despertados. A la afligida Marta dijo: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá» (vers. 25). Y luego, para demostrar sus credenciales, que serían certificadas triunfantemente en su propia muerte y su resurrección pocas semanas después, Jesús se plantó ante la tumba de Lázaro y ordenó a su amigo que volviera a la vida. Y cuando el Dador de la vida da la orden, ¡hasta los muertos obedecen!
Sí, si Jesús no vuelve con suficiente celeridad o uno no vive lo bastante, habrá una lápida con nuestro nombre cincelado en el granito. Pero no importa, porque, en Cristo, nuestra cita con la muerte ¡no es más que un pacífico sueño hasta que él venga! Y eso no es leyenda en absoluto.