LA JUSTICIA PROPIA
«No hay justo, ni aun uno». Romanos 3: 10
DECIR QUE SE ESTÁ libre de pecado es una evidencia irrefutable de que el que tal asevera dista mucho de ser santo. Solo puede creerse santo quien no tiene un verdadero concepto de lo que es la pureza y santidad infinita de Dios, ni de lo que deben ser los que han de armonizar con su carácter; solo asevera estar libre de pecado quien no tiene un verdadero concepto de la pureza y perfección supremas de Jesús ni de la maldad y horror del pecado. Cuanto más lejos esté una persona de Cristo y más equivocada se encuentre acerca del carácter de Dios y lo que él espera de nosotros, más justo se cree.
La santificación que presentan las Santas Escrituras abarca todo el ser. Pablo rogaba por los tesalonicenses, que «todo su ser, espíritu, alma y cuerpo» fuese guardado y presentado «sin defecto alguno, para la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes. 5: 23, DHH). Y vuelve a escribir a los creyentes: «Hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios» (Rom. 12: 1, NVI). En tiempos del antiguo Israel, toda ofrenda que se traía a Dios debía ser cuidadosamente examinada. Si se descubría un defecto en el animal, se lo rechazaba, pues Dios había mandado que las ofrendas fuesen «sin defecto» (Lev. 1:3). Así también se pide a los cristianos que presenten sus cuerpos en «sacrificio vivo, santo y agradable a Dios» (Rom. 12: 1). Para ello, todas nuestras destrezas deben conservarse en el mejor estado posible. Todo hábito que pueda debilitarnos física o mentalmente nos incapacita para servir al Creador. ¿Y se complacerá Dios con menos de lo mejor que podamos ofrecerle? Cristo dijo: «Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón» (Mat. 22: 37). Los que aman a Dios de todo corazón desearán darle lo mejor de sus vidas y tratarán siempre de poner todas sus capacidades en armonía con las leyes que representan su voluntad. No permitirán que tenga defecto alguno la ofrenda que presentan a su Padre celestial […].
Cada vez que cedemos al pecado nuestra mente se debilita y se nubla el entendimiento, de modo que la Palabra o el Espíritu de Dios solo causa una débil impresión en el corazón.— El conflicto de los siglos, cap. 28, pp. 465-466.