LO MÁS VALIOSO DE LO VALIOSO
«A cualquiera que haga caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que lo hundieran en lo profundo del mar con una gran piedra de molino atada al cuello» (Mat. 18:6).
Del rostro atribulado de una joven madre, manaban lágrimas de desconsuelo por su triste situación: sus tres hijos se pasaban el día entero peleando. Ante tan desalentador espectáculo cotidiano, ella comenzó a gritarles, a amenazarlos e incluso a agredirlos. Le parecía que no había otra manera de controlar aquella realidad.
Un día, después de orar y suplicar a Dios que la ayudara, abrió la Biblia y encontró las palabras dichas por Jesús: «A cualquiera que haga caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que lo hundieran en lo profundo del mar con una gran piedra de molino atada al cuello» (Mat. 18:6). Sintió que se aplicaban a ella en su relación con sus pequeños; sintió que, con sus gritos, sus amenazas y sus agresiones, ella misma los estaba empujando a mayor rebeldía, mayor desobediencia y mayor pecado. Sintió que su ejemplo de madre ponía en riesgo la fe de sus hijos en el Dios del cielo. Leer este versículo fue el revulsivo que necesitaba para un cambio total de actitud. Se fortaleció con el poder del Espíritu Santo y cambió de rumbo en la educación de sus hijos.
Ser una cristiana madura viene con ciertas responsabilidades hacia las criaturas más débiles; entre ellas, por supuesto, los niños, propios y ajenos. Pero también somos responsables de no ser piedra de tropiezo espiritual para ningún otro ser humano, al menos en la medida en que esté en nuestra mano evitarlo. «¡Ay del hombre que haga pecar a los demás! Por eso, si tu mano o tu pie te hacen caer en pecado, córtatelos y échalos lejos de ti; es mejor que entres en la vida manco o cojo, y no que con tus dos manos y tus dos pies seas arrojado al fuego eterno. Y si tu ojo te hace caer en pecado, sácatelo y échalo lejos de ti; es mejor que entres en la vida con un solo ojo, y no que con tus dos ojos seas arrojado al fuego del infierno» (vers. 7-9).
La salvación y la vida eterna (la nuestra y la de los demás) son más valiosas que lo más valioso que tenemos a nivel físico o material.