UNA FE PERSISTENTE
«Una mujer cananea que había salido de aquella región comenzó a gritar y a decirle: “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio”» (Mateo 15: 22).
EN ESTE PASAJE, la mujer cananea salió de su casa con la gran convicción que Jesús es misericordioso, bondadoso, lleno de gracia y de verdad; y que por eso sanaría a su hija que era atormentada por un demonio. Había escuchado que Cristo sanaba a los enfermos, que no rechazaba a nadie y que había dicho: «Al que a mí viene, no lo hecho fuera» (Juan 6: 37). También había escuchado: «El que a mí viene nunca tendrá hambre, y el que en mí cree no tendrá sed jamás» (vers. 35).
Aquella mujer sabía que no era judía y que probablemente no la favorecerían. A pesar de eso, se arriesgó buscar la ayuda de Jesús. Por eso gritó muchas veces: «¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí!» (Mateo 15: 22).
La historia bíblica registrada en Mateo 15: 21-28, nos deja sorprendidos. Esta es la fe que tanto necesitamos los creyentes para hacerle frente a los problemas de la vida en este mundo lleno de necesidades.
Una y otra vez, la mujer cananea insiste y pide ayuda, sabiendo que en Cristo está la solución a su problema, y no se da por vencida. Jesús guarda silencio, no le contesta, no por ser descortés sino porque sabía que la prueba de fe de la mujer sería soportada. Adicionalmente, los discípulos le dicen: «Despídela, pues viene gritando detrás de nosotros. Jesús respondió: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”» (Mateo 15: 23, 24).
La grandeza de la fe consiste especialmente en la firme y resuelta adhesión a Jesucristo, para amarle, y confiar en él como amigo, aun en momentos en que parece que viene todo en contra de nosotros. Al final, la mujer escuchó de Jesús estas palabras: «¡Mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como quieres». Su hija fue sanada desde aquella hora. No olvidemos que una fe persistente resolverá el problema.