Jueves 30 de Marzo del 2017 – LA ISLA DESCONOCIDA – PARTE 1 – Devoción matutina para la mujer

LA ISLA DESCONOCIDA – PARTE 1

“¿Qué hombre es este, que aun los vientos y el mar lo obedecen?” (Mat. 8:27).

En su libro El cuento de la Isla desconocida, José Saramago relata la historia de un hombre que entra por la puerta de peticiones del palacio de su rey, para solicitar un barco. Decidido a que escuchen su petición, el hombre se posa delante de la puerta de peticiones y declara:

-No me iré de aquí hasta que mi solicitud sea escuchada y concedida.

Al ver su determinación, el rey abandona a regañadientes la comodidad de su trono y va a la puerta, para hacer frente a ese hombre impertinente.

-¿Para qué quieres un barco? -preguntó el rey.

-Para ir a la “isla desconocida” -respondió el hombre.

-No hay más islas desconocidas. Todas las islas han sido descubiertas-espetó el rey con desdén.

Más adelante, el hombre respondió:

-Hombre de tierra soy, y no ignoro que todas las islas, incluso las conocidas, son desconocidas mientras no desembarcamos en ellas.

Saramago está hablando de un tema universal: la búsqueda. En la nave de la vida, todos vamos en busca de aquello que satisfaga nuestras necesidades más profundas y nuestras más altas aspiraciones. Alcanzar ese destino nos llevará por muchas pruebas y tribulaciones, pero si encontramos aquello que nuestra alma anhela, hallaremos una paz “que sobrepasa todo entendimiento” (Fil. 4:7).

Los discípulos de Jesús eran, en su mayoría, pescadores y comprendían los peligros potenciales de buscar un puerto seguro. Una noche, cuando partieron con Jesús hacia el otro lado del Mar de Galilea, “se desencadenó una tempestad de viento en el lago, y se anegaban y peligraban” (Luc. 8:23). Agotado por las exigencias de la multitud de aquel día, Jesús se durmió, a pesar de que el barco daba tumbos y comenzaba a llenarse de agua. Desesperados, cuando se dieron cuenta de que sus esfuerzos por salvar la embarcación eran cada vez más inútiles, aquellos hombres, aparentemente indefensos, clamaron a su última esperanza de supervivencia: “¡Maestro, Maestro, que perecemos!” Jesús se despertó y “reprendió al viento y a las olas” (vers. 24), y repentinamente todo estuvo en calma otra vez. Aunque no lo notaran, aquellos hombres habían desembarcado en la isla desconocida llamada JESÚS.

Lourdes Morales-Gudmundsson

Radio Adventista

View all contributions by