Resistan al diablo, y él huirá de ustedes. Santiago 4:7.
Cario, el perro San Bernardo, compañero constante de Juan Muir mientras exploraba las Sierras Altas, quedó inmóvil. Inclinó la cola y las orejas, mientras olfateaba el aire.
-¿Qué es lo que ves, chico? -le preguntó Muir en voz baja.
Rápidamente se dirigió a una loma donde había muchas piedras amontonadas a la orilla de una pradera. Se escondió detrás de un árbol y trató de ver lo que ponía nervioso a su perro.
A la distancia del tiro de una piedra, había un enorme oso pardo que estaba parado sobre sus dos patas con la espalda hacia Muir. Los altos pastizales lo cubrían hasta la cadera, y asentaba las patas delanteras sobre el tronco de un abeto caído. Parecía escuchar atentamente mientras olfateaba el aire obsesivamente.
“¡Magnífico!’’, pensó Muir. El pelaje disparejo de la criatura de 250 kilos estaba perfectamente camuflado con los troncos de los árboles y la densa vegetación. “¿Cómo se vería corriendo? He oído decir que esta clase de oso siempre huye del hombre, a menos que se sienta atrapado. ¡Creo que le daré un motivo para correr!”
Muir, gritando y agitando los brazos, salió de su escondite. Lentamente, el gigantesco oso se dio vuelta para enfrentar a su atacante. Bajó la cabeza, mirando fijamente a Muir con sus ojillos brillantes y amenazadores. Allí permaneció, meciéndose en sus patas traseras, con sus tremendas garras extendidas, listo para atacar.
“De pronto, temí ser yo quien tuviera que salir corriendo -escribió Muir al recordar su experiencia-, Pero tenía miedo de hacerlo, y por lo tanto, lo mismo que el oso, me mantuve en mi lugar. Allí estuvimos mirándonos fijamente el uno al otro, a escasos metros de distancia. Yo esperaba fervientemente que el poder del ojo humano sobre los animales salvajes fuera tan grande como se cree”.
Después de lo que le pareció una eternidad, el oso bajó sus gigantescas patas delanteras, dio media vuelta y se fue caminando lentamente por la pradera. Se detenía con frecuencia para ver si Muir lo seguía, y luego desapareció en el bosque.
No te recomiendo que salgas a perseguir osos. Ni al diablo. Sin embargo, si hoy te encontraras con el enemigo, mantente asido firmemente de Jesús. Mira fijamente al diablo y dile: “¡No tienes poder sobre mí, porque Cristo está conmigo!” Si lo resistes en el nombre de Jesucristo, no tendrá más alternativa que huir.