WILMA RUDOLPH
No pierdas el tiempo discutiendo sobre ideas mundanas y cuentos de viejas. En lugar de eso, entrénate para la sumisión a Dios. 1 Timoteo 4:7.
-¡Cuándo me podré quitar estos bragueros? -le preguntó a su médico Wilma Rudolph, de once años de edad.
-Ya veremos.
-¡Pero es que no quiero ser una inválida toda mi vida! -insistió Wilma-, ¿No habrá algo que podamos hacer?
-Creo que no te vendría mal ejercitar un poco las piernas todos los días -contestó con cautela el doctor-. Les enseñaré a tus padres a ejercitar tus piernas con masajes.
-Mucho ejercicio es mejor que poco -razonaba Wilma.
Cuando sus padres salían de casa, se quitaba los bragueros y caminaba dolorosamente por toda la casa varias horas seguidas.
Un día, cuando creyó estar lista, Wilma le dijo a su médico:
-Tengo algo que mostrarle.
Cuidadosamente se quitó los bragueros y cruzó la oficina caminando hasta donde estaba sentado el médico.
-¿Cuánto tiempo has estado haciendo esto? -preguntó el doctor.
-Ya llevo más de un año -confesó la jovencita-. Hay ocasiones en que me los quito para caminar por toda la casa.
-Como has sido honesta conmigo -le dijo el doctor-, habrá momentos en los que te permitiré quitártelos para caminar por la casa.
Wilma nunca se los volvió a poner.
A los doce años de edad, Wilma decidió conquistar todas las especialidades del deporte femenino. A los catorce años ya era miembro del equipo femenino de carreras atléticas de la Universidad de Tennessee. A los 16, entrenaba para participar en los Juegos Olímpicos. A los veinte años de edad, obtuvo fácilmente la victoria en las carreras de 100 y 200 metros. Además, ayudó al equipo de los Estados Unidos a ganar la carrera de relevos de 400 metros. ¡En 1960, Wilma Rudolph se convirtió en la primera mujer que obtuvo tres medallas de oro en la pista de carreras y campo traviesa!
¿Eres un inválido espiritual, que depende de papá, mamá, el pastor de la iglesia, el maestro de la escuela o algún amigo para seguir rengueando en el camino al cielo? ¿No será tiempo de quitarse los bragueros y ejercitar los músculos de las piernas espirituales todos los días? ¿Podrías pasar más tiempo a solas con Dios? ¿No tendremos suficiente madurez para estudiar la lección de la Escuela Sabática por nuestra propia cuenta? ¿No podrías hacer lo que debes sin que se te lo tenga que pedir? ¿Piensas vivir tu vida apoyándote en el brazo espiritual de los demás?