LAS GDV
“Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil. 4:19).
He decidido acuñar la sigla “GDV”: Grandes Decepciones de la Vida. Espero que, de este modo, las reprimamos un poco, como tienden a hacer las siglas. Un buen ejemplo: el TDA (Trastorno de Déficit de Atención) se convirtió en un diagnóstico oficial, una palabra familiar y una sigla; “admitir” el diagnóstico ya no avergüenza a nadie. Con GDV debe suceder lo mismo. Aunque no todas, muchas las hemos padecido. Están al acecho, detrás incluso de miradas felices y sonrisas valientes. He elaborado una lista de algunas de las cosas que se deberían calificar como GDV:
La pérdida de un niño o de un esposo joven es más dura que la pérdida de un abuelo. Estos duelos, especialmente en casos de suicidio, traen un terrible dolor.
Problemas de salud crónicos, especialmente las enfermedades raras, como la fibromialgia. El paciente recorre el camino solo.
Niños desamparados. Un padre no puede separar los lazos emocionales que lo unen a su hijo, al igual que un río no puede detener su recorrido hacia el mar. Un niño perdido hace esa conexión extremadamente dolorosa.
Historias de abusos, especialmente el incesto o la violencia doméstica, que dañan la maquinaria de los vínculos familiares de por vida. No solo se ven comprometidas para siempre las conexiones familiares de la víctima, sino también, al no lograr adaptarse a la gente sana, puede llegar a formar parte también del grupo de personas abusadoras, como le sucedió a ella.
Relaciones fallidas. Las relaciones son delicadas y complejas. Cuando terminan, dejan un gran dolor.
Podría ampliar la lista, enumerando todas las penas que castigan a un mundo caído. Pero todas estas me tocan de cerca, a mí y a las personas que me importan. No escribo para deprimirte, sino para que busques la solución: Jesús, quien te salva de las GDV. No quizá de la manera en que te gustaría, pero a su manera. Para un creyente que se prepara para la venida de Jesús, una GDV es una plataforma entre su espíritu y el mundo; nos ayuda espiritualmente aunque duela. Nos conduce a la Fuente de poder.
Jennifer Jill Schwirzer