QUE LAS REUNIONES DE ORACIÓN NO SEAN CANSONAS
«Cuídense de los escribas, porque […] hacen largas oraciones». Lucas 20: 46-47, RVC
LAS REUNIONES de oración deben ser los cultos más interesantes de todos, pero con frecuencia son mal dirigidas. Muchos asisten a la predicación, pero descuidan la reunión de oración. Hemos de reflexionar en esto. Se debe pedir sabiduría a Dios, y se han de hacer planes para dirigir las reuniones de manera que sean interesantes y atractivas. La gente tiene hambre del pan de vida. Si lo encuentra en la reunión de oración, irá para recibirlo.
Las oraciones y los discursos largos y triviales no cuadran en ningún lugar, y mucho menos en la reunión de testimonios. Se permite que los más osados y los que están siempre listos para hablar impidan a los tímidos y retraídos que den su testimonio. Los más superficiales son generalmente los que tienen más que decir. Sus oraciones son largas y mecánicas. Cansan a los ángeles y a la gente que los escucha. Las oraciones deben ser cortas y al punto. Si alguien quiere ofrecer una oración larga que lo haga en su habitación, en privado. Dejemos al Espíritu de Dios entrar en nuestro corazón, y él apartará toda árida formalidad.— Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 74.
Cristo inculcó en sus discípulos la idea de que sus oraciones debían ser cortas y expresar exactamente lo que querían, y nada más. Les indicó la longitud y el contenido que debían caracterizar sus oraciones; debían expresar sus deseos de bendiciones temporales y espirituales, y su gratitud por las mismas. ¡Cuán abarcante es esta oración modelo! Se refiere a la necesidad real de todos. Uno o dos minutos bastan para cualquier oración común. Hay casos en que el Espíritu de Dios nos dicta la oración en una forma especial, cuando se eleva la súplica en el Espíritu. El alma anhelante siente agonía y gime en busca de Dios. El espíritu lucha como luchó Jacob, y no quiere descansar sin manifestaciones especiales del poder de Dios. Así quiere Dios que sea.
Pero muchos elevan oraciones improductivas, como si fueran sermones. Oran a los seres humanos y no a Dios. Si estuvieran orando a Dios y comprendieran realmente lo que están haciendo, se alarmarían por su atrevimiento; porque dirigen un discurso al Señor a modo de oración, como si el Creador del universo necesitara información especial sobre temas generales relacionados con las cosas que suceden en el mundo. Esta clase de oraciones son como «metal que resuena y címbalo que retiñe» (1 Cor. 13: 1). No son anotadas en el cielo. Los ángeles de Dios se cansan de ellas, tanto como los mortales que están obligados a escucharlas.— Testimonios para la iglesia, t. 2, pp. 514-515.