«Jamás se ha escuchado ni se ha visto que haya otro dios fuera de ti que haga tales cosas en favor de los que en el confían» (Isaias 64:4).
George Müller (1805-1898) vivió una vida desenfrenada durante su juventud: apuestas, estafas, mentiras, robos y demás delitos que acabaron conduciéndolo a la cárcel cuando solo tenía diecisiete años. En una ocasión en que lo invitaron a la casa de una familia cristiana, sintió un profundo deseo de leer la Biblia y esa lectura lo condujo al conocimiento de Jesucristo. Quedó impactado por el Mesías; tanto, que abandonó el estilo de vida que había llevado hasta entonces, Aprendió a vivir con Jesús y para Jesús, y se convirtió en ministro del evangelio.
En una oportunidad en que apenas tenía diez dólares en el bolsillo, pensó: «Confiaré en Dios». Y con ese dinero fundó un orfanato. Él y su esposa establecieron en su propio hogar un albergue para treinta niñas, y su ministerio fue tan exitoso que tuvieron que construir un edificio con capacidad para trescientos niños huérfanos. En ocasiones, su esposa y él no tenían con qué dar de comer a los niños que albergaban, pero vez tras vez vieron cómo Dios proveía para las necesidades básicas de todos. Con el tiempo llegaron a dirigir cinco orfanatos en los que vivían más de dos mil niños. Es increíble cómo obra Dios en el ser humano. Puede convertir a un delincuente en una persona comprometida con el que sufre, entregada a la lectura de la Biblia y la oración y dispuesta a compartir el amor de Cristo.
Todas tenemos algo en nuestro pasado, en nuestro presente o en nuestro carácter de lo cual Dios quiere liberarnos. Él quiere transformar nuestra vida. ¿Nos dejaremos moldear por él? ¿Le permitiremos a su Espíritu Santo obrar en nosotras sus frutos?
«El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas» (Gál. 5:22-23, NVI). «Hagan, pues, morir todo lo que hay de terrenal en ustedes: que nadie cometa inmoralidades sexuales, ni haga cosas impuras, ni siga sus pasiones y malos deseos. [ ] Puesto que ya se han despojado de lo que antes eran y de las cosas que antes hacían, y se han revestido de la nueva naturaleza: la del nuevo hombre, que se va renovando a imagen de Dios, su Creador, para llegar a conocerlo plenamente» (Col. 3:5-10). Amén.