«Mil caerán muertos a tu izquierda y diez mil a tu derecha, pero a ti nada te pasará» (Salmo. 91:7).
Corrían los tiempos de la Guerra de la Independencia Española contra las tropas napoleónicas cuando, en la Batalla de Bailén, emergió una figura protagonista. Era una figura de mujer; se llamaba María Bellido (1755-1809).
Aquella era una jornada de calor intenso, por lo que los soldados corrían el riesgo de deshidratación. Agazapado entre las resecas grietas y los polvorientos montes se encontraba el general Reding con sus hombres, aguantando la sed y el calor. María Bellido, una mujer con temple, arrojo y coraje, se adentró en el campo de batalla para brindar ayuda a los soldados españoles. Cuenta la historia que, en medio de un intenso cruce de balas, María no aflojó el paso, llevando en las manos dos cántaros de agua. Se dirigió directamente al puesto de mando, para atender en primer lugar al general Reding, líder en la batalla. Cuando elevó el cántaro para dar de beber al general, una bala lo atravesó y lo rompió. María, sin inmutarse a pesar del riesgo que corría su propia vida, se agachó a recoger la parte del cántaro que no se había roto, y en la que quedaba aún un poco de agua. Se la dio al general para que bebiera, y este la felicitó por su decisión, valentía y valiosa ayuda.
La Batalla de Bailén fue la primera derrota en campo abierto del ejército napoleónico y, aunque se debaten los historiadores sobre si el personaje de María Bellido fue real o lo que se cuenta de ella es una leyenda, lo que está claro es que nosotras, como mujeres cristianas, vivimos inmersas en una guerra, en un conflicto cósmico que cada día se cobra sus víctimas. Por eso, nos dicen las Sagradas Escrituras, «protéjanse con toda la armadura que Dios les ha dado, para que puedan estar firmes contra los engaños del diablo. Porque no estamos luchando contra poderes humanos, sino contra malignas fuerzas espirituales del cielo, las cuales tienen mando, autoridad y dominio sobre el mundo de tinieblas que nos rodea. Por eso, tomen toda la armadura que Dios les ha dado, para que puedan resistir en el día malo y, después de haberse preparado bien, mantenerse firmes» (Efe. 6:11-13).