CONDUCIENDO PELIGROSAMENTE
“Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia” (Sal. 46: 1).
Doblé en una esquina y me detuvo un policía de tránsito. El oficial me pidió los documentos: licencia de conducir, registro de vehículo y seguro. Se los di inmediatamente. Él leyó, hizo una pausa y me miró. Me pregunté por qué esa mirada. Pronto, descubrí que mi registro de vehículo había expirado en junio; estábamos en noviembre. No podía creerlo… nunca me había salteado un vencimiento. Respetuosa, pero firmemente, insistí en que esto nunca me había sucedido. Ignorándome, el oficial llamó a sus compañeros y pronto se acercó una brigada de policías. Llamaron a una grúa; me ordenaron que saliera de mi auto y que sacara todas mis pertenencias. Me multarían por conducir con la licencia vencida, me cobrarían el costo de la grúa, el tiempo que mi auto permaneciera detenido, su liberación y, por supuesto, la renovación de mi documento vencido. ¡La suma total era más de 25 mil pesos, en moneda local! ¡Yo no tenía dinero! Acababa determinar la universidad. Mi último sueldo había sido hacía quince meses. Le expliqué seriamente mi dilema al oficial, pero no había caso.
Ahora, yo estaba sollozando desconsoladamente. De repente, el oficial me llevó al otro lado de la ruta. “Dime nuevamente cuál es tu situación”. Le expliqué. Oré. Clamé al Dios altísimo. Necesitaba un milagro.
Un momento después, el mismo oficial acusador detuvo a un auto que pasaba, me dio su propia tarjeta bancaria y código de acceso, y le dijo al conductor que me llevara a la oficina fiscal más cercana, para actualizar el documento que había expirado. No podía creerlo, jera un verdadero milagro. El auto me llevó hasta la oficina fiscal y me trajo de vuelta. Al agradecerle al “taxi”, el conductor me dijo amablemente que no era un taxi, sino que solamente se había detenido para ayudar a un ciudadano en problemas. ¡Otro milagro! Al volver a mi auto, me enteré de que el oficial había recuperado su dinero, porque un anciano de iglesia había enviado un poco de dinero con un taxi. Otro milagro. Todavía alterada y llorosa, me preparé para continuar mi camino, y el oficial acusador, y salvador, me deseó que estuviera bien.
A pesar de esto, otro oficial me emitió una multa de tránsito de unos diez mil pesos. Comencé a llorar de nuevo. El oficial del milagro me dijo que no me preocupara. En la fecha que tenía que pagar la multa, la empleada buscó y buscó en el sistema, pero no encontró ninguna multa. ¡Otro milagro más!
Dios no siempre responde exactamente como pedimos. Pero esto sé. Dios es realmente una ayuda muy presente en tiempos de dificultad.
KEISHA D. STERLING