Jueves 22 de marzo “Ama… ¿a tus enemigos?” DM Damas

Ama… ¿a tus enemigos?

“Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen” (Mat. 5: 44).

Ama a tus enemigos. Creo que esta es una de las cosas más difíciles de hacer amar a quienes hablan mal de ti, a quienes se abusan de tu bondad, a quienes te apuñalan por la espalda, a quienes están celosos de ti porque eres hijo del Dios altísimo.

En los últimos meses, he pasado por un momento muy difícil en donde trabajo. Pedí a Dios que me ayudara a llevarme bien con una compañera. Me molestaban las conversaciones con ella, y sabía que este no debía ser el carácter de un cristiano. Rogué a Dios que me sanara y me cambiara, que levantara un cerco de protección alrededor de mí cuando estuviera ante ella. Oré para que Dios me ayudara a caminar en sus pasos y a tener la mente de Cristo, a sonreír y a aceptar la tarea que se me presentara. Sin embargo, parecía que nada ayudaba.

Un sábado de tarde, estaba mirando un programa de televisión religioso cuando el orador habló sobre el perdón. Habló de una joven mujer de su iglesia que había dejado de hablar con él sin razón aparente. Lo evitaba en toda situación. A él le preocupada esto, y decidió investigar hasta llegar al fondo de la cuestión. Entonces, mientras manejaba hacia la iglesia, decidió detenerse en la casa de esta mujer. Cuando ella abrió la puerta, le preguntó:

-¿Te he ofendido de alguna manera? Si lo he hecho, te pido disculpas.

La joven le contestó:

-No has hecho nada. Soy yo quien debería estar pidiéndote disculpas.

Fue entonces que entendí que tenía que pedir disculpas a mi compañera de trabajo, incluso si sentía que no había hecho nada malo. Sin embargo, Dios me reveló algunas cosas que justificaban que le pidiera disculpas. Luché contra eso, pero sabía en mi corazón que era la voluntad de Dios. Al volver al trabajo, fui hasta su oficina y, con sinceridad, le dije:

-Si te he faltado el respeto de alguna forma, te pido disculpas.

Al instante me sentí aliviada, renovada y revitalizada. Sentí que tenía un peso menos sobre los hombros y que Dios estaba contento con mi decisión.

Sigo orando por mi compañera de trabajo, y pido a Dios que me ayude a amar a mis enemigos y a orar por quienes me aborrecen. Al final del día, el amor es la llave para la vida eterna.

 

SYLVYA GILES BENNETT

Radio Adventista

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