Jueves 21 de Diciembre del 2017 – ESPERANDO EN LA VENTANA – Devoción matutina para la mujer

ESPERANDO EN LA VENTANA

“Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo” (Apoc. 3:20).

El invierno del año pasado fue el más frío de Escocia en mucho tiempo. Por dos meses, la temperatura fue más que helada, y grandes cantidades de  nieve cubrían el suelo. Cada día, un gato blanco y negro llamado Lovey venía y se sentaba en el alféizar de la ventana de la cocina. No podíamos dejarlo afuera, mientras su dueño estaba trabajando. Así que, luego de un par de semanas, mi hijo lo dejó entrar.

La pequeña bola de pelos pronto se sintió como en su casa, y le dimos una vieja almohada, que pusimos al lado del calefactor. Lovey venía regularmente. A veces, estaba allí afuera antes del amanecer, o esperando a que volviéramos a casa. Siempre esperaba tranquila y pacientemente. Cuando le abríamos la puerta, maullaba, agradecido. Una vez que Lovey estaba adentro, lo que más le gustaba era sentarse cerca de nosotros, con su pata en nuestro regazo. Si quería agua, leche o salir afuera, golpeaba suavemente el piso con la patita izquierda, hasta que nos dábamos cuenta de lo que quería.

De vez en cuando, nos dejaba regalos especiales, lo mejor que podía ofrecernos: ratones muertos. Un día, llegó y se sentó débilmente frente a la puerta; no tenía fuerzas para subir hasta la ventana. Cuando abrí la puerta, lo encontré herido por una batalla con una rata. Había perdido tanta sangre que pensé que moriría. Su cuello tardó dos meses en sanar por completo.

Nos dimos cuenta de que nos había estado protegiendo de las ratas desde que nos habíamos mudado, ¡y ni siquiera lo habíamos notado! Un día de la semana pasada, bajé las escaleras muy temprano y Lovey ya estaba esperando en la ventana. Al dejarlo entrar, escapando de la intensa helada, recordé cómo Dios espera pacientemente a que lo dejemos entrar en nuestras vidas cada día. Él no empuja para entrar; solo se para a la puerta y espera.

Cuando abro la puerta de mi corazón, él se deleita en entrar y sentirse como en casa. Quiere estar tan cerca de mí como sea posible, a fin de que pueda sentir su mano amante en mi vida. Y Jesús sufrió, sangró, e incluso murió, para mantenernos a salvo de algo mucho más peligroso y amenazante que las ratas. Padre, gracias por estar frente a mi puerta cada mañana. Gracias por el regalo de tu sacrificio. Que nunca te deje afuera, en el frío.

Karen Holford

Radio Adventista

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