EL PODER DE NUESTRAS PALABRAS
“Como naranjas de oro con incrustaciones de plata son las palabras dichas a tiempo” (Prov. 25: 11).
A través de los años, he leído muchas veces el versículo de hoy y siempre pensé que presentaba una imagen muy bonita. Pero recién entendí el impacto total de nuestras palabras cuando trabajé para la Sra. Wade.
La Sra. Wade era una viuda adinerada y anciana, que necesitaba ayuda con las tareas del hogar y el jardín. Empleaba a una buena cantidad de trabajadores para que cuidaran de su gran casa y su patio. Lamentablemente, no era una mujer feliz y todos los que trabajaban para ella notaban su actitud desagradable. Al pasar el tiempo, noté que cada vez menos personas trabajaban para ella. Había empleado a varios jardineros para cuidar del jardín y el patio techado, pero al final, solo un hombre todavía iba de vez en cuando a cortar el césped. Entonces, yo empecé a tener que plantar las flores y rastrillar las hojas. Luego de varias semanas, la otra persona que trabajaba en la casa dejó de concurrir. Ahora yo era la única que hacía las tareas del hogar.
Muchas veces conduje a casa con lágrimas en los ojos, porque parecía que nunca podría complacerla. Sin importar cuánto me esforzara o cuán cuidadosamente trabajara, encontraba algo para criticar o no decía absolutamente nada. Entonces mi esposo, que es pastor, recibió la noticia de que nos mudarían a otro distrito. Fui a trabajar con bastantes ganas de informar a la Sra. Wade que ya no trabajaría para ella. Mi intención era entregar el mensaje y no volver nunca más.
Luego de contarle las noticias, me preparé para lo que, estaba segura, sería una respuesta directa y antipática. Pero hubo silencio. Finalmente, dijo:
-Bueno, soy una anciana y he visto a muchos trabajadores ir y venir en mis días, pero tú eres la mejor que he tenido alguna vez. Te escribiré una carta de recomendación.
Fueron solo unas pocas palabras amables, pero de repente ya no estaba tan apurada por renunciar. Ahora quería trabajar para ella. Y lo hice hasta el día mismo en que nos mudamos. Salomón, el hombre más sabio que haya vivido alguna vez, tenía varias cosas para decir sobre nuestras palabras. En Proverbios 12:25, escribió: “La angustia abate el corazón del hombre, pero una palabra amable lo alegra”. Y en Proverbios 16:24 dijo: “Panal de miel son las palabras amables: endulzan la vida y dan salud al cuerpo”. Nuestras palabras tienen el poder de sanar o de destruir. ¡Cuán cuidadosos debiéramos ser con nuestras palabras!
SHARON OSTER