LECCIONES DE LA NATURALEZA
“Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y, sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” (Mat. 6:26).
Una vez, mi esposo me llamó para que saliera, porque los perros estaban eufóricos luego de atrapar algún pequeño animal. Cuando fui a ver lo que estaba sucediendo, me di cuenta de que estaban disputándose un pichón que se había caído del nido. Me entristecí, porque el animal ya estaba gravemente herido. No abría los ojos. Algunas personas dijeron: “Agonizará hasta morir”; otros dijeron: “Hay que sacrificar al ave, porque está sufriendo”. Sin embargo, yo decidí cuidarla. Le di un poco de medicina y la dejé descansar. Más tarde, le ofrecí un poco de agua, que aceptó. Noté que comenzaba a abrir los ojos: Un día después, la pequeña criatura ya estaba practicando vuelos cortos dentro de la casa. Pero todavía no podía dejarla ir, porque no tenía la fuerza suficiente para volar muy lejos. De tanto en tanto revoloteaba, alejándose de mí, siguiendo sus instintos naturales. Lo que sucedió con aquel pichoncillo herido me hizo reflexionar sobre lo siguiente: ¿Cuántas veces estamos heridas, en las garras del diablo, sintiéndonos débiles y desamparadas? La respuesta es: a menudo. Otros pueden vernos y decir: “No hay salida. Este es el final, para ti”. A la gente que nos rodea no siempre parece importarle nuestro sufrimiento. Aun así, un Padre de amor deja todo para cuidarnos, sana tiernamente nuestras heridas y cicatrices. Nos sostiene, nos protege, y nos promete que todo estará bien. Pero nuestros instintos naturales, pecaminosos, nos hacen testarudas y desagradecidas. Queremos alejarnos de Dios. Insistimos en tratar de volar lejos; pero no podemos soportar el peso de nuestras heridas y debilidad. Sin embargo, Dios es misericordioso, y siempre está dispuesto a cuidarnos y a llevar nuestras cargas. Nuestro amante Salvador solo nos pide una cosa: que confiemos en su amor y compasión por nosotros. El ave no resistió mucho, porque estaba demasiado herida. Pero Dios nos ofrece una oportunidad para sanar nuestras heridas y recibir una nueva vida. ¿Cuál será tu respuesta?
Tamara Lemes Marins Silva