La paz y la presencia
“Pero que los justos se alegren y se regocijen; que estén felices y alegres delante de Dios” (Sal. 68: 3).
Había sido un largo día de viaje por Cassie Hills, en el noreste de la India. Ya estábamos muy cerca de nuestro destino: Haflong Assam. El día, que había comenzado con niebla y humedad, se había convertido en un hermoso día soleado y las colinas por las que viajábamos eran preciosas. Este era mi primer viaje por esas colinas, así que disfrutaba de los paisajes que se abrían ante cada curva.
Como habíamos pasado por algunos barriales, remanentes de las lluvias recientes, nuestro vehículo estaba muy sucio. Cuando avistamos un río poco profundo, el conductor pensó que era una buena oportunidad para limpiar el barro y la suciedad del vehículo. Por supuesto, no me dejó ayudarlo. Pero ya me había acostumbrado a eso, así que caminé un poco por la orilla del río hasta encontrar una piedra grande, en la cual me senté. No pasó mucho tiempo hasta que llegó una mujer de la aldea cercana y se sentó en otra piedra cercana. Nos sonreímos y saludamos en nuestros idiomas respectivos. Luego, nos pusimos a mirar cómo el conductor lavaba el vehículo, a los niños que jugaban en el agua y a los perros que disfrutaban corriendo detrás de ellos.
Esta hermosa mujer y yo hablamos sin palabras. Ella señaló a los niños y levantó cierta cantidad de dedos, para indicarme la cantidad de hijos que tenía. Yo hice lo mismo. Continuamos nuestra conversación silenciosa por una media hora. Yo sentía mucha paz. Entonces, ella se levantó, sonrió y se inclinó en un típico saludo hindú. Luego dio la media vuelta y volvió a la aldea.
La contemplé irse, y me di cuenta de que acababa de tener una de las conversaciones más maravillosas e interesantes de mi vida. Aunque no hablábamos el mismo idioma, tuvimos una gran conversación. Consistió, simplemente, en estar sentadas disfrutando de la presencia de la otra.
¿No es así como debiera ser nuestra relación con Dios? ¡Cuánto más rica es nuestra relación cuando podemos “guardar silencio ante el Señor, y esperar en él con paciencia” (Sal. 37: 7)! David debió de haber pasado mucho tiempo disfrutando de la presencia de Dios, pues escribió repetidas veces sobre esto. Luego del versículo de hoy, siguió escribiendo: “Canten a Dios, canten Salmos a su nombre […] regocíjense en su presencia. ¡Su nombre es el Señor!” (Sal. 68: 4). Cuando estamos en su presencia, podemos seguir el consejo: “Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios” (Sal. 46: 10).
CANDACE ZOOK