JOSÉ BATES
Y este mismo Dios quien me cuida suplirá todo lo que necesiten, de las gloriosas riquezas que nos ha dado por medio de Cristo Jesús. Filipenses 4:19.
José, ¿podrías ir a la tienda y comprarme un poco de harina? Estoy haciendo pan, y no tengo lo suficiente para terminarlo.
La señora Bates, de pie en la puerta del estudio de su esposo, se limpiaba las manos en el delantal.
-Por supuesto, querida -respondió José Bates, mientras cerraba la Biblia y se disponía a salir.
Estaba escribiendo un tratado sobre el sábado, pero tendría que esperar hasta que le consiguiera la harina a su esposa. Metió la mano en el bolsillo y tocó la única monedita que le quedaba. Era un York Shilling, equivalente a unos doce centavos y medio de dólar.
-¿Cuánta harina necesitas, querida?
-Creo que unos dos kilos. Aquí hay una lista de otras cositas más.
Pronto regresó de la tienda con la harina y los demás víveres que le había pedido su esposa. Los puso sobre la mesa y regresó a su estudio para seguir escribiendo.
Minutos después, su esposa estaba nuevamente en el estudio. Llevaba en sus manos los dos kilos de harina.
-¡No lo puedo creer!
-¿No es lo que me pediste?
-Sí, pero siempre compras la harina por barriles. ¿Por qué será que el gran capitán Bates regresa a casa con solo dos kilos de harina?
-Prudencia -dijo el Capitán Bates, con un profundo suspiro-. Cuando compré esta harina gasté el último centavo que me quedaba en este mundo. -¿Qué pasó? -preguntó la Sra. Bates, alarmada.
-Lo he gastado todo en la predicación del mensaje de la segunda venida de Cristo.
-¿Y qué vamos a hacer ahora? -quiso saber su esposa.
-Dios proveerá.
-Es que siempre dices lo mismo -protestó entre sollozos la Sra. Bates.
Al instante, el Sr. Bates tuvo una corazonada y pensó que debía ir a la oficina de correos, donde habría una carta para él. En efecto, tenía una carta. Pero debía pagar el importe del envío.
-Abra la carta -le dijo al encargado de la oficina-. Creo que contiene dinero.
En efecto, el sobre contenía un billete de diez dólares, con lo cual pudo pagar el importe de la carta, e ir a la tienda a ordenar un barril de harina y otras provisiones para su esposa. Con lo que le sobró, imprimió el folleto que estaba escribiendo sobre el sábado. ¡Dios había provisto!