LA COMISIÓN DEL EVANGELIO
«Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones». Mateo 28: 19
LOS SUCESOS de la vida de Cristo, su muerte y resurrección, las profecías que señalaban dichos acontecimientos, los misterios del plan de la salvación, el poder de Jesús para perdonar los pecados; de todas estas cosas los discípulos habían sido testigos, y debían darlas a conocer al mundo. Debían proclamar el evangelio de paz y salvación mediante el arrepentimiento y el poder del Salvador.
Antes de ascender al cielo, Cristo dio a los discípulos su comisión. Les dijo que debían ser los ejecutores del testamento por el cual él legaba al mundo los tesoros de la vida eterna. «Ustedes han sido testigos de mi vida de sacrificio en favor del mundo -les dijo-. Han visto lo que he hecho por Israel. Y aunque mi pueblo no quiso acudir a mí para poder tener vida, a pesar de que los sacerdotes y gobernantes han hecho conmigo lo que querían, aunque me han rechazado, tendrán todavía otra oportunidad de aceptar al Hijo de Dios. Han visto que recibo libremente a todos los que vienen a mí confesando sus pecados. Al que a mí viene no lo rechazaré de ninguna manera. Les encomiendo a ustedes, mis discípulos, este mensaje de misericordia. Han de darlo tanto a los judíos como a los gentiles, primero a Israel y luego a todas las naciones, lenguas y pueblos. Todos los que crean integrarán la iglesia».
La gran comisión evangélica es la carta magna misionera del reino de Cristo. Los discípulos habían de trabajar fervorosamente por las almas, dando a todos la invitación de misericordia. No debían esperar que la gente viniera a ellos, sino ir a ellos con su mensaje.
Los discípulos habían de realizar su obra en el nombre de Cristo. Todas sus palabras y hechos habían de llamar la atención al poder vivificador de su nombre para salvar a los pecadores. Su fe habría de concentrarse en Aquel que es la fuente de la misericordia y el poder. En su nombre habían de presentar sus peticiones ante el Padre, y recibirían respuesta. Habían de bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El nombre de Cristo sería su consigna, su divisa distintiva, su vínculo de unión, la autoridad para su curso de acción y la fuente de su éxito. Nada que no llevara su nombre y su inscripción había de ser reconocido en su reino.- Los hechos de los apóstoles, cap. 3, pp. 22-23.