A prueba de bebés
“El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan” (1 Ped. 3: 9).
Mi beba, Lily, está en esa etapa en la cual la curiosidad sobrepasa el discernimiento. La sigo por la casa, sacando su mano del plato de comida del perro, levantando el basurero de reciclaje, escuchando sus grititos de placer cuando las servilletas caen gracias a ella, y mitigando su desaliento cuando le saco de las manos mi teléfono celular.
Había subestimado el significado de las palabras “A prueba de bebés”. Cubrí los enchufes, puse los químicos en un estante alto y me sacudí las manos, satisfecha por ser tan buena madre. ¡Sí, seguro! Desde entonces, he tenido que concentrarme para no dejar monedas sobre la mesa; entrenara mi esposo para que no deje ningún tornillo o clavo tirado; reforzar la biblioteca, que se tambaleaba un poco; y guardar las tijeras en un lugar seguro. Todavía no he descubierto qué hacer con la comida del perro.
Entonces, se me cruzó un pensamiento: mis esfuerzos por prevenir accidentes infantiles son similares a la manera en que Dios nos trata. Cuando somos bebés espirituales, sin experiencia ni capacidad de saber qué es bueno para nosotros, él nos protege del peligro espiritual. Di vueltas a esa idea en mi mente por un tiempo, antes de darme cuenta de que no era totalmente cierta. Aunque Dios dirige nuestro crecimiento espiritual, no hace del mundo un lugar “a prueba de bebés”. Quienes recién están entrando en contacto con el carácter de Dios, se encuentran frente a peligros espirituales: los miembros de iglesia no hacen un buen trabajo representando a Dios, los sistemas no logran suplir sus necesidades; algunas oraciones parecen no recibir respuesta, y quizá parece que Dios ni las oyó. ¿Por qué Dios no cuida mejor de los “bebés”?
Algo que vemos en las historias de Abraham, de David y de Job, así como en las vidas de personas que conocemos, es que Dios permite que sintamos desilusión. Incluso cuando apenas estamos aprendiendo a confiar en Dios, él permite que lastimen nuestra religiosidad, que nuestra fe disminuya y que nuestra moral se desvíe del ideal. Pero ¡nunca nos deja en esa situación! Dios confía en que, con el tiempo, podamos ver y responder a su increíble amor por nosotros. Así como siempre alejo a Lily del plato de comida del perro y la guío en una mejor dirección, nuestro amoroso y gran Dios hace lo mismo por nosotros. Él, en su carácter sufrido, no está dispuesto a que ninguno de nosotros perezcamos.
DENISE TONN