DIOS TE AYUDA A OLVIDAR
«José tuvo dos hijos con su esposa Asenat. Al primero lo llamó Manasés, porque dijo: “Dios me ha hecho olvidar todos mis sufrimientos y a todos mis parientes”» (Gén. 41:50-51).
Leí recientemente una frase anónima que dice así: «El pasado nos da luces con las que hemos de alumbrarnos en el presente». Me pareció brillante porque, efectivamente, los sucesos del pasado juegan un papel fundamental en nuestra manera de vivir el aquí y el ahora. Tanto los recuerdos gratos como los que nos han dejado cicatrices influyen en nuestra manera de entender el presente.
A modo de películas que se proyectaran ante nuestros ojos, los recuerdos del pasado aparecen ante nosotras; unos cargados de dicha (los recuerdos gratos); otros, tal vez de dolor (los que dejan cicatrices). De todos aprendemos grandes lecciones de la vida. Tal vez te preguntes: ¿Puede el recuerdo de una mala experiencia alumbrar mi presente? Sí, puede, si logras comprender qué lección trae a tu vida, de qué influencias negativas tal vez te libró Dios a través de ella, y qué errores no volverás a cometer para no pasar por lo mismo otra vez. Esos malos recuerdos te hacen más sensible, más madura, más capaz de comprender el dolor ajeno y más dependiente de Dios.
Para José, los recuerdos del pasado no eran nada fáciles de asimilar: sus hermanos lo habían traicionado, había perdido su libertad en Egipto, había sido acusado injustamente y había acabado en la cárcel… pero con el tiempo, Dios le permitió «olvidar» (en el sentido de «superar», obviamente, pues nunca olvidó tanto dolor. En reconocimiento a ese poder infinito de Dios de ayudarnos a recordar sin odio ni rencor, José le puso por nombre a su hijo «Manasés» que, literalmente significa: «El que hace olvidar».
«José dio este nombre a su primogénito por gratitud a Dios, que le había hecho olvidar su antiguo estado de servidumbre y el intenso anhelo que había sentido por la casa de su padre. Estuvo agradecido porque Dios le había provisto un hogar, aun cuando fuera en la tierra de su exilio. La adversidad se había transformado en prosperidad» (Comentario bíblico adventista, t. 1, p. 460).
«Olvidar» es, en realidad, recordar sin volver a sufrir. Cuando dejas de sentir dolor por lo que ocurrió, ya está la herida sanada. No significa que borres por completo de tu mente las situaciones del pasado, sino que de ellas has aprendido lecciones de vida que aplicas ahora.