VIAJE ESPACIAL
“Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:17).
Hace exactamente un año, el 14 de marzo de 2018, murió Stephen Hawking. Científico renombrado, nació en Oxford, Inglaterra, el 9 de enero de 1942. Fue el menor de cuatro hermanos y, siendo todavía pequeño, sus compañeros de la escuela lo llamaban “Einstein”. Aunque sufriendo por causa de una esclerosis lateral amiotrófica, diagnosticada cuando tenía solo 21 años, Hawking vivió 76 años. Fue uno de los más notables científicos de la historia.
Lamentablemente, este investigador dedicó su vida y todo el conocimiento científico que tenía para defender el origen del Universo y de la vida como fruto de la casualidad; además de ridiculizar la existencia de Dios. Decía: “Antes de entender la ciencia, lo lógico era creer que Dios creó el Universo; pero ahora la ciencia ofrece una explicación más convincente. […] No hay ningún Dios. Soy ateo. La religión cree en milagros, pero estos no son compatibles con la ciencia”.
A pesar de todos sus conflictos con Dios, la Creación, los milagros y las cuestiones espirituales, Hawking reconocía que “estamos quedando sin espacio y los únicos lugares que se pueden encontrar son otros mundos. Es hora de explorar otros sistemas solares. Separarnos puede ser lo único que nos vaya a salvar de nosotros mismos. Estoy convencido de que los humanos necesitan salir de la Tierra”.
Aunque era ateo, Hawking inconscientemente terminó estimulando la confianza en las promesas de Dios. De hecho, fue el Señor quien profetizó el estado de calamidad del planeta antes del fin, señalando el único camino para dejarlo. Ese no es el gran descubrimiento de Hawking, sino la Gran Esperanza de los cristianos. Según Elena de White, los salvos, libres de las cadenas de la mortalidad, se lanzan en incansable vuelo hacia los lejanos mundos; mundos a los cuales el espectáculo de las miserias humanas causaba estremecimientos de dolor, y que entonaban cantos de alegría al tener noticia de un alma redimida” (El conflicto de los siglos, p. 736).
El dueño de la física, de las estrellas, del cosmos y del Universo no elaboró una teoría, sino que hizo una promesa firmada con su propia sangre. La hora de la partida está muy próxima, el viaje ya está pagado, no será por un corto período, sino por toda la eternidad. ¡No te quedes fuera!