LA GRATITUD VISIBLE Y LA OCULTA
«Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiera con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa» (Lucas 7: 36).
SIMÓN DE BETANIA, en gratitud a Dios por haberlo sanado de la lepra, le hizo una fiesta a Jesús. Invitó a sus discípulos, a Lázaro y Marta. Simón estaba en deuda con Dios, al igual que María. Uno debía quinientas monedas de plata y la otra cincuenta, pero ambos eran deudores y a ambos se les había perdonado la deuda. Cada uno tenía una deuda de gratitud que nunca podría pagar.
Simón se sentía más justo que María, y Jesús deseaba que viese cuán grande era realmente su culpa. Deseaba mostrarle que su pecado superaba al de María en la medida en que la deuda de quinientos denarios excedía a la de cincuenta (E. G. White, El Deseado de todas las gentes, pág. 563).
Simón hizo visible su gratitud con una suculenta comida y muchos invitados. Sin embargo, María rindió gratitud a Cristo en silencio; la delató el perfume cuando fue quebrado y llenó toda la casa. «El corazón de Jesús se apena cuando sus hijos dejan de mostrar su gratitud hacia él con palabras y hechos de amor […]. El que escudriña el corazón leyó el motivo que impulsó la acción de María» (ídem, pág. 563).
En realidad, quien debió lavar los pies de Jesús, secarlos y perfumarlos, fue Simón antes de la fiesta. Pero su recibimiento resultó frío y sin entusiasmo de gozarse con él, no así María. Simón pensó que honraba a Jesús al simplemente invitarlo a su casa. Mientras que María era una pecadora perdonada, Simón era un pecador sin perdón.
De María, se dice que su historia se contará siempre:
Aquel perfume era un símbolo del corazón de la donante. Era la demostración exterior de un amor alimentado por las corrientes celestiales hasta que desbordaba […]. Fue María la que se sentaba a sus pies y aprendía de él. Fue María la que derramó sobre su cabeza el costoso perfume y bañó sus pies con sus lágrimas. María estuvo junto a la cruz y le siguió hasta el sepulcro. María fue la primera en ir a la tumba después de su resurrección. Fue María la primera que proclamó al Salvador resucitado (ídem, págs. 563, 564).
Rindamos siempre gratitud a Dios con un corazón lleno de amor.