JUEVES 13 DE ABRIL
FORTALEZAS PARA DIOS
«Por último, fortalézcanse con el gran poder del Señor». Efesios 6: 10, NVI
EN LOS DÍAS de Cristo, como hoy, eran muchos los que parecían momentáneamente liberados del dominio de Satanás; por la gracia de Dios habían quedado libres de los malos espíritus que dominaran su alma. Se gozaban en el amor de Dios; pero, como los representados por el terreno pedregoso en la parábola del sembrador, no permanecían en su amor. No se entregaban a Dios cada día para que Cristo morase en su corazón y cuando volvía el mal espíritu, con «otros siete espíritus peores que él» (Luc. 11: 26), quedaban completamente dominados por el mal.
Cuando el alma se entrega a Cristo, un nuevo poder se posesiona del nuevo corazón. Se realiza un cambio que ningún ser humano puede realizar por su cuenta. Es una obra sobrenatural que introduce un elemento sobrenatural en la naturaleza humana. El alma que se entrega a Cristo, llega a ser una fortaleza suya, que él sostiene en medio de un mundo en rebelión, y no quiere que se ejerza otra autoridad en ella sino la suya. Un alma así guardada en posesión por los agentes celestiales es inexpugnable ante los asedios de Satanás. Pero a menos que nos entreguemos al dominio de Cristo, seremos dominados por el maligno. Debemos estar inevitablemente bajo el dominio del uno o del otro de los dos grandes poderes que están luchando por la supremacía del mundo. No es necesario que elijamos deliberadamente el servicio del reino de las tinieblas para pasar a estar bajo su dominio. Basta con que descuidemos de aliarnos con el reino de la luz. Si no cooperamos con los agentes celestiales, Satanás se posesionará de nuestro corazón, y hará de él su morada. La única defensa contra el mal consiste en que Cristo more en el corazón por la fe en su justicia. A menos que estemos íntimamente relacionados con Dios, no podremos resistir los efectos corruptores del amor propio, de la complacencia propia y de la tentación a pecar. Podemos dejar muchas malas costumbres y momentáneamente separarnos de Satanás; pero sin una relación viva con Dios, que solo se obtiene entregándonos a él cada día, seremos vencidos. Sin un conocimiento personal de Cristo y una continua comunión con él, estamos a la merced del enemigo, y terminaremos haciendo lo que nos ordene. [… ]
La manifestación más común del pecado contra el Espíritu Santo consiste en despreciar constantemente la invitación del cielo a arrepentirse. Cada paso dado hacia el rechazamiento de Cristo, es un paso hacia el rechazamiento de la salvación.— El Deseado de todas las gentes, cap. 33, pp. 294-295.