“Tendrá otra vez compasión de nosotros, perdonará nuestras culpas y arrojará todos nuestros pecados a las oscuras profundidades del mar” (Miq. 7:19, PDT).
Jillian Monet dejó de estudiar cuando se dio cuenta de que estaba embarazada de tres meses. Como era líder en su iglesia local, tenía miedo de que si la gente se enteraba la avergonzaran. Entonces, se realizó un aborto en secreto. Jillian juntó el dinero que necesitaba y condujo hacia la clínica. En el camino, recibí dos mensajes de texto. Aunque estas personas no sabían lo que estaba sucediendo, ambas le aseguraron que oraban por ella y que Dios podía manejar cualquier crisis. Sin embargo, Jillian estaba apurada porque tenía que cantar en la iglesia esa misma noche, y siguió conduciendo. Pero al llegar a la autopista, supo que estaba tomando una mala decisión. “Yo no sabía que estaba a punto de experimentar la gracia soberana de Dios, pero puse mi vida en sus manos y decidí que no abortaría”, me dijo al contarme su historia. Sin embargo, las cosas no mejoraron automaticamente. El padre del bebé no quiso casarse con ella y muchos de sus amigos la abandonaron. “Me sentí deprimida por la culpa que cargaba. No tenía suficiente dinero, así que, pasé varias noches en el auto con mi bebé. Había gente dispuesta a ayudarme, pero mi orgullo y la vergüenza me impedían acercarme”, me dijo.
Jillian comenzó a usar drogas para intentar adormecer la culpa y vergüenza que sintió. Llegó a estar tan deprimida que pensó suicidarse. “Me impacta que Dios nunca me haya abandonado. A veces creo en un Dios de guantes blancos, pero para rescatar a alguien como yo, seguro se ensució las manos. Él comenzó a decirme cuánto me amaba y mi vida comenzó a cambiar”. Aunque fue un proceso lento y difícil, Dios restauró completamente la vida de Jillian.
“Ahora sé muy bien quién es el Dios del que canto. ¡Créeme que te ama incondicionalmente! Aunque está pasando por algo muy doloroso, él no se ha olvidado de ti. Él se especializa en (salvar a] la gente imperfecta. Ahora puedo hablarles a los que pasan por situaciones similares y recordar que tenemos una esperanza: Cristo Jesús. Él ama. Él perdona. Él restaura, redime y rejuvenece”.
Señor, te agradezco porque tu amor nunca jamás me abandonará. Tú arrojas mi vergüenza y mi pecado a las oscuras profundidades del mar. Tú me abrazas, me perdonas y sanas mi vida. ¡Aleluya!