LA LEY DE DIOS ES ETERNA
«No piensen que he venido a anular la ley o los profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento». Mateo 5: 17, NVI
FUE EL CREADOR de la raza humana, el Dador de la ley, quien declaró que no albergaba el propósito de anular sus preceptos. Todo en la naturaleza, desde la diminuta partícula que baila en un rayo de sol hasta los astros en los cielos, está sometido a leyes. De la obediencia a estas leyes dependen el orden y la armonía del mundo natural. Es decir que grandes principios de justicia gobiernan la vida de todos los seres inteligentes, y de la conformidad a estos principios depende el bienestar del universo. Antes de que se creara la tierra existía la ley de Dios. Los ángeles se rigen por sus principios y, para que este mundo esté en armonía con el cielo, el ser humano también debe obedecer los estatutos divinos. Cristo dio a conocer a nuestros primeros padres en el Edén los preceptos de la ley, «mientras cantaban a coro las estrellas matutinas y todos los ángeles gritaban de alegría» (Job 38: 7, NVI). La misión de Cristo en la tierra no fue abrogar la ley, sino hacer volver a los seres humanos por su gracia a la obediencia de sus preceptos.
El discípulo amado, que escuchó las palabras de Jesús en el monte, mucho tiempo después, bajo la inspiración del Espíritu Santo, declaró que la ley es una norma de vigencia perpetua, diciendo que «el pecado es transgresión de la ley»; ya que «todo el que comete pecado quebranta la ley» (1 Juan 3: 4, NVI). Y Juan deja claro que la ley a la cual se refiere «no es un mandamiento nuevo, sino uno antiguo que han tenido desde el principio» (1 Juan 2: 7, NVI). Habla de la ley que existía en la creación y que fue reiterada en el Sinaí.
Al hablar de la ley, dijo Jesús: «No he venido para anular, sino para cumplir» (Mat. 5: 17, NVI). Aquí usó la palabra «cumplir» en el mismo sentido que cuando declaró a Juan el Bautista su propósito de «cumplir con lo que es justo» (Mat. 3: 15, NVI), es decir, llenar la medida de lo requerido por la ley, dar un ejemplo de conformidad perfecta con la voluntad de Dios.
Su misión era «hacer su ley grande y gloriosa» (Isa. 42: 21, NVI). Debía enseñar la espiritualidad de la ley, presentar sus principios de vasto alcance y explicar claramente su vigencia perpetua. [… ]
Jesús, la imagen de la persona del Padre, el esplendor de su gloria; el que fue abnegado Redentor en toda su peregrinación de amor en el mundo, era una representación viva del carácter de la ley de Dios.— El discurso maestro de Jesucristo, cap. 3, pp. 81-83.